Capítulo 11

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Bajo las escaleras de casa con parsimonia y dolor en las articulaciones. Es jueves en la mañana y tengo cara de odiar a todos porque he dormido fatal debido a esos sueños espantosamente extraños que tengo.

Esta vez, en el sueño, apenas podía abrir los ojos. A través de mis pestañas veía una habitación pequeña, ligeramente iluminada. Estaba recostada en una cama y me sentía anclada a ella, se escuchaba un pitido constante de fondo. La peor parte fue ver a Abril, parada junto a mí, con las manos entrelazadas frente a ella y mirándome con ojos llorosos.

Esperaba que esos sueños no fuera premonitorios porque, de ser así, estaba segura de que terminaría en un hospital.

Termino de bajar las escaleras y a mis oídos llega la voz de Abril.

— ¡Tienes que parar!

Al llegar a la cocina, la veo. Está parada entre la encimera y la pequeña isla y sus ojos miran al suelo. Todavía lleva puesto su pijama rosa pastel.

Antes hubiera pensado que estaba loca pero recuerdo que Pastelito ahora nos hace compañía.

— ¿Qué pasa? — le pregunto, sentandome en una de las sillas altas de la isla de la cocina.

— ¡Es Pastelito! — espeta, señalando al suelo con la mano abierta.

Escucho ladrar a Pastelito, como cada vez que lo llamamos por su nombre. El aludido sale de su escondite y se sienta en el suelo junto a mí, mirándome fijamente.

— ¿Qué has hecho esta vez? — le digo al pomerania, quien se extiende sobre sus patas delanteras para quedar acostado y suelta un ladrido lastimero. Intenta dar lástima.

Me vuelvo hacia mi prima, que tiene las manos cruzadas.

— ¡Lleva toda la mañana ladrandole a la nada! — suelta exasperada. Le doy un vistazo a Pastelito y recuerdo que sus ladridos son los que me han sacado de la cama —. Es que no lo entiendo, Jade — vuelvo los ojos a mi prima, se ha sentado junto a mi —. Era el cachorro más tranquilo de la clínica, decido traerlo a casa porque no me parece bien que acabe en una perrera ¡y así es como me lo paga!

Le hecho un vistazo al perrito quien, lejos de parecer ofendido, se ha puesto en pie de un salto y mira sus alrededores con desesperación.

Le coloco una mano en el hombro a mi prima, intentando reconfortarla. Abril tiene la cara entre las manos y niega suavemente.

— Tal vez debería dárselo a alguien más — dice con un suspiro cansado —. Ya no sé qué hacer — Abril pone un puchero y la tristeza alcanza sus ojos —. Creí que estaría bien conmigo, en la clínica me seguía a todas partes. No sé qué le pasa.

— Seguro que lo descubres pronto — intento animarla —, después de todo, la veterinaria eres tú.

Abril sonríe ante lo que he dicho y se acerca a Pastelito. El pequeño se deja acariciar por ella pero parece alterado, de repente se aparta y corre al salón. Abril y yo intercambiamos una mirada y, antes de que alguna pueda hablar, escuchamos el alarido de Pastelito.

En el salón, vemos al cachorro correr despavorido hacia las escaleras. Los cojines que adornan el sofá están esparcidos por el suelo. Recorro la habitación con los ojos, no hay rastro de Axel pero sé que ha sido él.

Tomo el dige del colgante entre las manos y lo aprieto.

Abril hace ademán de ir tras él pero la tomo de la muñeca y le dedico una mirada significativa.

— Mejor voy yo.

Ella asiente y me deja ir.

Como imaginaba, Pastelito se ha escondido debajo del escritorio de mi habitación. Se cubre la cara con las patas delanteras como puede mientras tiembla sin poder evitarlo.

El fantasma de AxelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora