Capítulo 8

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Empujé la puerta principal de casa con la espalda para cerrarla y suspiré, cansada. Era viernes y las clases habían acabado antes, había sido una semana agotadora para alguien que comenzaba una vida en un pueblo nuevo. Recorrí con la vista el salón, con la esperanza de al menos ver la sombra que Lola veía. Pero nada. Era como si Axel se hubiera desvanecido. Quería contarle todo lo que Lola me había dicho, a pesar de que tenía la sensación de que él ya lo sabía.

— ¡Abril! — llamé a mi prima —. ¡Estoy en casa! —. Nadie respondió. Dejé las llaves en la mesilla de la entrada, junto a las de ella. — ¿Abril?

— En la cocina — respondió desde allá.

Me dirigí hacia la cocina. Abril estaba en cuclillas junto a la nevera. Moví la cabeza a un lado, confusa. Abril se levantó del suelo y me sonrió. Iba ataviada con un vestido negro de manga larga y encaje por todas partes, nada que ver con su estilo brillante y colorido. Sostenía en una mano una caja de algún tipo de galletas para perro, levanté una ceja; nosotras no teníamos ningúna mascota...

Algo suave y pequeño rozó mis piernas. Di un salto y poco faltó para que soltara una palabra malsonante. Un ladrido llenó el silencio y bajé la vista a mis pies.

— ¿Qué...?

— Jade, te presento a Pastelito. — me dijo con una sonrisa en los labios mientras señalaba al pomerania del suelo.

Puse una mueca al ver al cachorro. Tenía el pelaje castaño y me observaba con curiosidad, movió la cabeza a un lado, yo también lo hice al notar el vendaje al rededor de su cola y su estómago.

— Lo abandonaron hace unos días en la clínica — me cuenta Abril, bajando el tono de voz —. No podía dejar que se lo llevaran a una perrera — mi prima negó con la cabeza, se veía triste —, al menos, no por ahora.

Mi prima había comenzado a trabajar en una clínica veterinaria veterinaria hace unos días. Desde pequeña hablaba de lo mucho que lo gustaban los animales y que un día sería veterinaria para salvarlos a todos, era una niña muy soñadora. Yo confiaba en que no se enamoraría de sus pacientes y se los trajera a casa.

— ¿Esto es temporal, no? — pregunté, señalandolo con el índice.

Abril se mordió el labio inferior y asintió sin mirarme.

— Bien — respondí, observando al cachorro que me olfateaba —. ¿Qué clase de nombre es Pastelito?

Él ladró.

— Ladra cada vez que lo mencionas — le sonrió al cachorro.

— ¿Por qué vas de negro? ¿Olvidaste poner una lavadora? — bromeo.

Abril niega.

— La alcaldesa organizará una ceremonia de despedida en honor al alcalde McGill y a su hijo Axel. Todo el pueblo estará ahí. — responde, seria.

Lo pienso unos segundos.

— ¿Dónde será la ceremonia?

— En su casa.

— ¿De la alcaldesa o de los difuntos?

— Es la misma, Jade — responde, como si fuera obvio. —. La nueva alcaldesa es la viuda del señor McGill...

«... y el señor McGill era el padre de Axel. ¡La ceremonia será en casa de Axel!».

— ¿Puedo ir? —suelto sin pensármelo dos veces.

— ¿Y quién cuidará de Pastelito? — Abril hace un puchero.

— Es grande, puede cuidarse solo. — muevo una mano frente a ella, restándole importacia —. ¿A qué sí, Pastelito? — pongo voz ñoña y el cachorro ladra en respuesta, sacudiendo la cola. Es la primera vez que siento que le agrado a un perro — ¿Lo vez? — salgo de la cocina, rumbo a las escaleras.

El fantasma de AxelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora