Capítulo 10

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Una vez escuché que todos los pueblos la tienen. ¿De qué hablo? De esa mansión grande, imponente, construida hace siglos, con nubes de tormenta sobre ella y una densa niebla alrededor que dificulta la visión de quienes pasan cerca de ella. Esa sobre la que los niños cuentan historias de miedo para asustar a los más pequeños y retan al más valiente a entrar y hacer tonterías.

¿South City tiene una?

Claro que sí.

La mansión McGill. Construida en 1900 por Vincent McGill, el primer alcalde del pueblo y quien murió junto con su familia a manos de un asesino en una noche de tormenta.

¿Cómo sé todo eso?

Resulta que los McGill son más famosos de lo que yo pensaba y sólo con poner su apellido en Google encontré toda esa información.

Solo que la mansión McGill no es así del todo. La densa niebla que no te da visión hacia el interior es la insistencia de Sofía McGill por mantener cada ventana y cada puerta cerrada y las nubes grises son la sensación de tristeza y desolación que te abrazan y te acarician el alma solo con poner un pie detrás de la reja. Así se sintió entrar y creo que Mariam también lo sintió.

Alzo la vista al frente y recorro con los ojos el cementerio familiar de los McGill, ubicado al fondo de la mansión. No hay muchas tumbas aquí, solo veinticuatro años de historia pasada. Entorno los ojos, creo que si me centro en ese punto puedo leer «Vincent McGill, 1870 - 1905». Escucho a Mariam suspirar y vuelvo los ojos a ella.

Está agachada en frente de la tumba más reciente, la de Axel, con un ramo de rosas blancas y amarillas en las manos. Llevamos al menos cinco minutos aquí y ella no ha dicho una palabra, sin embargo, deja que las lágrimas le resbalen por el rostro, en silencio.

Mariam levanta la cabeza para mirarme y habla:

— Creo que necesito estar un rato a solas, Jade — una nueva lágrima escapa de sus ojos —. Espero que no te moleste.

Le coloco una mano en el hombro y se lo aprieto ligeramente.

— Tranquila, estaré por aquí.

Salgo del cementerio, que está rodeado por una valla natural hecha de arbustos, y agradezco que Mariam me haya pedido que me fuera porque no aguantaba ni un minuto más allí. Tenía una sensación de incomodidad en en estómago. Es la primera vez que estoy en un cementerio con apenas tres ramos de flores frescas y supongo que nadie acostumbra a venir por aquí. A pesar de las pocas flores, su aroma dulzón me hacía sentir asqueada.

Sigo caminando por el sendero empedrado que nos trajo hasta aquí, admirando la construcción de esta hermosa casa. Me parece increíble que tantos años después siga de una pieza pero Mariam me ha contado que han reconstruido gran parte de ella para que se mantenga como al principio.

Llega un punto en el que no reconozco nada a mi alrededor y al mirar al suelo me doy cuenta de que me he salido del camino de piedras. Suspiro y sigo caminando, aunque la mansión es muy grande espero no perderme.

Pocos minutos después, veo una construcción hecha de cristales y madera. Es muy grande y demasiado bonito, a través del cristal veo muchos colores, todo rodeado de distintos tonos de verde. Las puertas del invernadero están abiertas de par en par y me invitan a entrar. Es como estar en una selva tropical, incluso la temperatura se siente diferente y huele a tierra húmeda, mezclado con el aroma de las flores y los árboles.

Hay una niña en el centro, tendrá diez u once años. Su vestido es verde esmeralda y lleva el cabello castaño claro suelto en rizos, con un lazo a juego con el vestido.

— Hola — la saludo para que note mi presencia.

Ella ni siquiera se asusta y gira el cuello para mirarme.

El fantasma de AxelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora