Capítulo 3

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«¡Corre, Jade! — me gritaba la voz de mi conciencia —. ¡De prisa!»

Y yo lo hacía.

Corría por la calle tan rápido como podía, tan rápido que apenas controlaba los movimientos de mis piernas. Di un salto y pasé por encima de un charco de agua sucia. Resbalé al poner un pie en la acera. Casi caigo de bruces al suelo pero logré equilibrarme y seguir. Suspiré de alivio y di un vistazo al cielo, encapotado por nubes grisaceas que llovían sobre el pueblo. Las gotas de agua se habían vuelto más gruesas y golpeaban con más fuerza la carpeta naranja que llevaba sujeta sobre la cabeza a modo de paraguas. Me había dado cuenta de que era inútil; la lluvia me había calado la chaqueta y los vaqueros casi por completo para cuando giré en la esquina del vecindario en el que ahora vivía.

Divisé la puerta blanca de Abril al final de la acera y corrí más rápido. Iba sin mirar donde ponía los pies y los pulmones me había comenzado a arder por el esfuerzo.

«Debería hacer más ejercicio».

— ¡Abril! — grité antes de llegar a los escalones que me separaban de la puerta —. ¡Ábreme!

La lluvia caía tan fuerte que temía que Abril no me hubiera escuchado. Tuve intenciones de volver a chillar el nombre de mi prima pero ella, gracias a Dios, abrió la puerta. Mi cuerpo se relajó al verla ahí parada, ya no tendría que seguir bajo la lluvia. Su cuerpo también se relajó y supuse que se había preocupado por mi.

— Pasa, rápido — fue lo primero que me dijo y se echó a un lado de la puerta —. Estaba muy precupada por ti — se lamentó, observandome de pies a cabeza.

«Lo sé».

— Es solo lluvia, Abril — respondí a su preocupación con tranquilidad. Me di la vuelta para mirar por la puerta.

El agua caía a cántaros y golpeaba con fuerza el pavimento de la calle y los techos de las casas pero seguía siendo una lluvia tranquila; sin rayos, truenos o viento.

— Buscaré algo para que te seques.

Asentí. Abril salió del salón y yo cerré la puerta de casa, antes de que las gotas empaparan aún más el salón. Me quedé esperando a que Abril regresara, parada sobre el felpudo blanco de la entrada que acababa de ensuciar con lodo. Puse una mueca y me lamenté por mis zapatos, con los bordes llenos de lodo y escurriendo agua.

Abril apareció en el salón nuevamente, con un par de toallas en los brazos. Tomé una para secarme los brazos y el cuerpo, ella me sonrió con dulzura y sus ojos avellana brillaron. Abril era como una madre en miniatura; me cuidaba, alimentaba y se preocupaba por mí.

— ¿Qué tal el primer día de instituto? — preguntó, yo me secaba la cara.

— El comienzo a estado bien, supongo — respondí y me encogí de hombros —, no puedo decir lo mismo del final — me giré para darle un vistazo a la lluvia. Abril rió suavemente por el comentario —. La calle estaba desierta. Entiendo que las personas no salgan de casa pero, ¿y los autos? Deberían tener un servicio de taxis por aquí...

— No estaría mal — respondió Abril, desdoblando una toalla para ponérmela sobre la cabeza —, pero sigue siendo un pueblo pequeño. Todo está muy cerca.

— Excepto mi instituto — añadí, fingiendo estar escandalizada —, está cruzando la ciudad. Mamá debería regalarme un coche. ¡Tal vez un descapotable! Como el de Barbie. —solté una risa, esperando a que Abril se uniera, pero se mantuvo seria y supuse que no le había hecho gracia. Hice una pequeña mueca.

— Un coche es muy peligroso, Jade — negó enérgicamente con la cabeza. Rodé los ojos aunque sabía que Abril no me veía. — Tengo algo que contarte...

El fantasma de AxelDonde viven las historias. Descúbrelo ahora