CAPÍTULO 23: DESPEJADO.

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AARÓN
Había llegado.
Aquella casa enorme sin falta de lujo. Había pasado un tiempo y no recordaba bien los detalles. Era más bonita en persona que en recuerdos.
Tenía un jardín precioso y desmesuradamente grande, con cerezos y una fuente griega tallada en mármol en el medio. Detrás de la casa continuaba con una piscina clásica de hormigón blanco que en sus bordes sobresalía del césped.
La casa era blanca de hormigón con enredaderas bien cuidadas que subían hasta el techo recto, típico del sur. Por dentro tenía una decoración antigua claramente cara. Estaba decorada a milímetro. Parecía un museo, una casa típica españa profunda. Decorada así a propósito. Pero todo nuevo, como no.
Todo idea de mi madre, siempre tuvo buen gusto. Menos con mi padre, aunque él fuese guapo, era feo por dentro.
Entré por aquellos arcos que daban a la entrada. Era increíble, de donde venía hacían máximo diecisiete grados y ahora hacían mínimo veinticinco. Supongo que eran los mil metros de diferencia que había. Estaba muy lejos de él.
Vi a mi madre en el salón, de gran cantidad de metros cuadrados, que seguía la misma estética de clásico pero nuevo. En sí todo con un toque barroco pero muy español.
- Mamá.
- ¡Cariño! - Puso sus manos en mi cara. - ¿Qué tal? - Prosiguió a mirarme, y hacer gestos típicos de madre. - Qué guapo, qué mayor, qué alto. ¡A mí! A mí has salido.
- Mamá, ¿dónde...?
- ¡Me ves y lo primero que haces es preguntar por él! Que descaro ¡qué descaro! - Me miró. - Me aseguré de que cuando vinieses él no estuviese para que pensases que decirle. Ve a tú habitación y descansa, te avisaré si viene.
- Gracias mamá.
- De nada cariño. - Se acercó y me dio un beso en la mejilla.
Que no os confunda. Mi madre es muy maja, cercana y cariñosa, pero nunca me defendió de nadie y menos de él. Tampoco pasó tiempo conmigo cuando era un niño, estaba muy ocupada trabajando. Cuando era niño odiaba que mis padres se amasen tanto, porque cuando él me hacía algo, ella sólo miraba y luego pretendía solucionar todo "socorriéndome."
Siempre supe que fui un error. La diferencia de edad entre mis hermanos, mi habitación improvisada, y sobre todo, su trato conmigo.
Mi padre era cariñoso y cercano con mis hermanos, pero a mi me repudiaba. Nunca jugó conmigo, nunca me escuchó y nunca me hizo caso. Únicamente cuando tocaba el violín, me miraba, sonreía, me preguntaba si necesitaba una funda o cera nueva. Era tan majestuoso para aquel niño de diez años, que tocaba el violín para ver a su padre feliz, pero que su padre no era capaz de querer ver feliz a su hijo.
- Niño. - Dijo alguien.
- ¡Felisa! - Era mi tía. Fui corriendo a abrazarla. 
Felisa no es mi tía de sangre, es la "sirviente" de mis padres, pero nunca la vimos como eso. La veía como mi tía. Ella jugaba conmigo, me ayudaba a hacer los deberes y en general, se comportaba como una figura materna. Para mí, siempre fue lo único por lo que valía quedarse en esa rimbombante casa.
- Eres tan alto que casi abrazas mi cabeza sólo.
- No diga tonterías.
- Es que mírate, tan guapo, tan alto, tan joven. Me haces odiar lo vieja que me he vuelto.
- ¿Pero que dice? ¿Cuántos tiene? ¿35? ¿39 años?
- ¡62!
- Ves, 26 años, estás hecha una jovenzuela.
- Calla que me sonrojo. Cuéntame todo. Seguro que hay una novieta. ¿Qué tal?
- Ay tía, vamos a mi cuarto, tengo mucho que contarte.
Fuimos a mi habitación y ahí no me faltó detalle. Le conté todo, era la única persona en la que podía confiar.
- ¡Calla! Sucio. No continúes.
- Jajaja. Esa es la situación tía.
- Gonorrea sapo cara de chimba.
- Tía compréndame.
- No, si yo hubiese sido ese Daniel no te habría pasado ni medios de lo que él te permitió. Habla con tu padre y te vuelves al pueblo a estar con él.
- Felisa, no puedo, lo sabe bien.
- Sí puedes. Si lo quieres de verdad, proponte volverle a ver.
- ¿Y si él ya no me quiere ver?
- Eso no lo sabes, sólo son especulaciones.
- Tía, le ha cambiado el acento.
- El español me lo robó.
- ¿Además del oro?
- Descarado. - Golpeó mi brazo.
- Me encanta chincharle.
- Desde niño te gustaron mis groserías. No tienes remedio.
- Dígame, qué español.
Felisa también me puso al día.
Ella llegó de Colombia a España por amor. Se casó y su marido era amigo de mis padres. Se conocieron en una cena. Desgraciadamente su marido murió y quedó viuda con dos niñas; Ángela y Mar. Ella era rica, había heredado todo el dinero de su marido, pero mis padres le dijeron que viniese a vivir con ellos. Ella pues ayudaba en casa sin más. Sus hijas estaban en la universidad y mis padres sabían que ella no quería sentirse sola. Felisa siempre se presentó a mí como sirviente porque era complejo explicarle esa historia a un niño pequeño. Así que para nosotros era una tía-hermana.
Pero mi madre nunca le dejó trabajar, no en esta casa.
Me ponía feliz saber que hubiese conocido un nuevo hombre. Aunque los dos supiésemos que en su corazón solo existía Federico. Como en el mío solo existiría Daniel.
- Tía, quiérase mucho.
- Lo mismo te digo Aarón, y quiere a Daniel también. Discúlpate. - Hizo una pausa. - Habla con tu padre, dile tranquilamente tus inquietudes y arregla las cosas, no vayas a la defensiva. En este caso te conviene si lo que quieres es volver al pueblo. Me voy, duerme un rato y piensa sabiamente lo que decir. - Me abrazó y se fue.
Tenía razón, yo iba a cargarla yendo enfadado. Tenía que demostrarle a mi padre que el único que lo había hecho mal, era él. Y que yo solo había sido un niño que quería atención. Tenía que perdonarle si quería oír sus disculpas. Necesitaba volver con Daniel fuese como fuera.
Pensé sabiamente como me recomendó Felisa lo que decir y dormí.
Lo único que había necesitado hasta ahora, al parecer solo eran las palabras de Felisa. La quería más que a mi propia madre. Y todo lo que ella decía, se cumplía. Si quería que todo fuese bien, tenía que hacerle caso.

AUNQUE NO LO PAREZCADonde viven las historias. Descúbrelo ahora