9.

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-¡Oh, Martha!
-Marina, no es tu culpa que Pedro se haya desmayado ¿sabes? Simplemente, eran tantas las cosas que tenía que de irte que no resistió.
-Martha ¿no lo entiendes? Por más que "hable" con él, nunca regresaré en el tiempo, nunca podré hacer lo que hubiera querido. Ya es tarde, Martha.
-Lamento que no hubieras aprovechado lo que tenías, Marina. Sí, tienes razón, el pasado ya se fue, no lo vas a poder cambiar, nunca. Pero, ahora tienes esto, un presente no muy bueno. ¿acaso no has visto películas? Se supone que cuando cierras ciclos te puedes ir, tal vez si cierras bien los ciclos con cada una de las personas que rodearon tu vida, puedas irte con tu hermana ¿no crees?
-Eso espero, Martha.
Pedro comenzó a despertar.
-La vi, vi a Marina.
-¿En serio?
-Sí, un poco antes de desmayarme, estaba llorando.
-Pues, no creo que se sienta muy bien darse cuenta de que ya es tarde. Su tiempo no se acabó, pero tampoco sigue, está congelado. No puede irse, ni quedarse del todo, solo "existe".
-¿Cómo dijiste que te llamabas?
-Martha.
-Yo soy Pedro.
-Lo sé, Marina habla mucho de ti.

Pedro se fue a su casa después de una larga conversación con Marina por medio de Martha.
Iba camino a su casa, y veía a la gente a su alrededor ¿cuántos secretos tienen? ¿A cuántos de ellos se les nota? ¿Cuántos de ellos están pasando por algo parecido a lo que le pasaba a él? ¿Acaso se le notaría a él?
Fue a mirarse a un espejo.
Veía a un chico alto, vestido de negro, de pies a cabeza, de piel blanca, nariz recta, pómulos remarcados, barbilla cuadrada, cabellera negra, ojos azul marino, labios finos, cejas y pestañas abundantes y unos 11 lunares por toda la cara. ¿Ese era él?
Si sonreía se veía feliz, a menos que vieras a sus ojos. Aparte de verse cristalinos, estaban vacíos, tristes. ¿En realidad era él? ¿Cómo podía estar seguro de que aquel chico del espejo no era solamente una ilusión?
No convenía pensar en eso.
Fue de vuelta a su casa. Dejó su saco negro en el sillón, sacó un cigarrillo y lo encendió. Comenzó a llorar.
Marina.
Su mejor amiga desde los 7, la chica bonita a los 10, la niña a la que quería a los 12, la chica del cual él estaba enamorado a los 14, la chica que yacía muerta a los 17.
Como pasaba el tiempo.
Hacía unos meses vivía con sus padres, hasta que su padre, un hombre tan exigente y con una furia tan de gigante se molestó porque Pedro se había perforado la nariz. No importaba que Pedro se drogara, o llegara borracho, porque a simple vista no se le veía, pero perforarse la nariz era un pecado, la peor falta de respeto.
Lo corrió de la casa.
Es de suponer que fue con Marina, y como a aquella chica sus padres apenas y la notaban, no hubo diferencia.
Pedro consiguió trabajo, luego un pequeño y sucio apartamento, acabó la preparatoria abierta y estaba estudiando astrofísica. No, su padre no lo apoyó, pero tenía una madre más que comprensiva que lo apoyaba en todo.
Su madre estaba orgullosa. Su hijo podría drogarse, o tomar de vez en cuando, pero al preguntarle de algo que tenía que ver con su carrera, era el que más sabía. Pedro leía libros como si de respirar se tratara.
Y no, una perforación en su nariz y un tatuaje en su muñeca derecha no lo hacían estúpido, o un criminal, o un vago, o un corriente.
¿Había hablado realmente con ella?
No paraba de pensar en eso mientras estaba acostado en su cama.
Marina.
¿Por qué se les había terminado el tiempo?
No habían descifrado el pasado, para entender el presente y tener un futuro.

MarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora