Día tras día, Marina se sentaba en la azotea del estudio. Miraba las estrellas, sonreía a la luna y deseaba con todas sus fuerzas que pudiera fumar un cigarrillo mientras escuchaba su canción favorita.
¿Qué demonios estaba pensando cuando se tragó todas esas pastillas? Ahora, muerta, todo era tan triste, tan melancólico, tan mísero.
No podía hacer muchas cosas que le gustaría hacer, porque ahora era como un montón de aire con mente, y solo eso; sin embargo, podía hacer muchas otras cosas. Podía ver, y realmente ver.
Veía cómo eran realmente las personas y porqué.
Le hubiese gustado no haber sido tan temperamental, haber escuchado a su madre, haber tenido la fuerza para enfrentar sus problemas.
Ahora, estaba ahí, intentando reparar algo que no existía.
Romper algo, e intentar arreglarlo.
Era algo tonto, ¿no? Y más cuando ni siquiera lo arreglas tú al 100%. Sin Martha, Marina no tenía voz, Marina no existía sin ella. ¿Qué demonios estaba pasando por su cabeza? Que bruta había sido.
Sus padres no querían deshacerse de ella, querían entenderla, ayudarla, volver a ser una familia, una familia rota, pero una familia al fin.
¿Por qué no simplemente se detuvo?
Una lágrima corrió por su mejilla.
Tenía que pedirle perdón a su madre. De haberla escuchado... ¡no estaría muerta!
Pero, como siempre, uno se da cuenta ya tarde.
                            ~~~
-Martha, es tiempo de ir con mis padres.-dijo Marina en cuanto Martha se despertó.
-Marina, ¿no quieres esperar más tiempo?
-Martha, ya esperé 9 meses. 9 meses muerta, y ellos piensan que es su culpa, cuando la culpa es mía y de mi estúpida cabezota.
-Está bien, Marina, iremos esta tarde.
El tiempo pasó, y la tarde por fin llegó.
Martha se detuvo en la puerta, tomó aire, apretó du libreta y su lápiz a su pecho y tocó el timbre.
Abrió el padre de Marina, este tenía una barba que se notaba sucia, iba despeinado y con los ojos rojos.
-Hola, señor.
-¿Qué deseas, linda?-contestó él, con una mirada dulce y a la vez triste.
-Será mejor que lo hablemos adentro, con su esposa.
-Está bien.
Al entrar, Martha vio a una señora que supuso era la madre de Marina echada en un sillón, con un bote de palomitas a un lado, mirando la tele.
-Cariño-dijo el padre de Marina-alguien quiere hablar con nosotros.
-Muy bien.-contestó ella con simpleza.
Martha se sentó en el sofá de en frente, y el señor apagó la televisión.
-Necesito, antes que nada, que sean abiertos de mente-comenzó Martha-Mi nombre es Martha Aguirre, y soy médium. Sé que ahora mismo quisieran sacarme a patadas de su casa, pero les juro que estoy diciendo la verdad.
-Nena, necesitamos pruebas-dijo la madre de Marina, adivinando a lo que Martha quería llegar-No me mal interpretes, pero no confiamos así como así en alguien, menos si vienes a hablar de una de nuestras hijas.
-Claro que sí, entiendo. Mire, en esta hoja escribiré lo que Marina me diga que responda, ¿sí?
-Perfecto, necesito que responda algo. ¿Cuál es su libro favorito y por qué?-preguntó el padre.
Marina no lo pensó dos veces.
La Cenicienta. Pero, no cualquiera, sino ese libro que estaba en el cuarto de Johanna. Porque, me recuerda a cuando era una niña, y no podía dormir. Entonces, Johanna llegaba y lo leía, y yo soñaba con ese príncipe, y entonces todo era hermoso.
Los padres de Marina se miraron sorprendidos.
-Te daremos 20 minutos.-dijo la madre, que no acababa de convencerse.
-¿Te parece bien, Marina?-preguntó Martha.
-Eso espero-contestó la peli blanca.-empieza a escribir, por favor.
Marina respiró hondo, y comenzó.
Mamá, papá...
Lamento haber sido tan jodidamente temperamental. Lamento no haberlos escuchado como debí. Lamento no haber sido la mejor hija, y lamento no haberlo intentado. Mamá, de verdad que siento mucho el echo de que no tuviéramos la comunicación madre-hija que tú y yo quisimos. Papá, lamento no haberte apoyado cuando estabas mal. Lamento no contarles muchas cosas, y lamento no haber sido una niña ejemplar.
Tenían razón, yo necesitaba ayuda. Necesitaba ir con un médico, necesitaba internarme.
Tenían razón, yo estaba mal.
Consumía drogas. De verdad que lo lamento, lamento haber caído tan bajo. Lamento ser una estúpida, lamento ser como soy.
Pero, lo que más lamento, es que ya no soy, sino que fui, y no sé porqué hablo como si aún estuviera viva, cuando no es verdad, yo estoy muerta, y eso es por mí culpa, no por la suya. Los amo.

Los padres de Marina se miraron, anonadados.
-Hija, quiero que nos perdones por no haberte puesto la debida atención. La muerte de Johanna dolió, pero debimos de cuidar más a esa pequeña que perdió una hermana, una amiga, una confidente...-dijo la madre de Marina.
Lo hicieron.
-Marina, ¿qué pasó ese día? El que, tú...
Pues, las cuatro chicas pusieron ácido en mi cabello, por eso estaba así. Ese mismo día, mientras venía para acá, un tipo me arrastró a un callejón y abusó de mí. ¿Saben? Ahora que lo pienso, si yo no hubiese pensado con las tripas y hubiera empleado las neuronas, hubiera recibido ayuda. Que tontería, ¿no? Hablo del pasado y de lo que me duele y de lo mucho que lo lamento, ya que no puedo hacer nada para cambiarlo. Solo, quiero que me perdonen, ¿sí? Y que sepan que no fue culpa de nadie, sino mía.
-Yo también quiero pedirte disculpas, Marina. Lamento no haber sido la mejor madre, la que tú necesitabas. Olvidé ponerme en tu lugar, olvidé que tú también sufrías por la muerte de Johanna. Olvidé que debía apoyarte, ayudarte. Lamento haberme alejado tanto de ti. Y, si te hace sentir mejor, te perdono.
-Hija, yo fui un completo hijo de puta. Tú no tenías la culpa de nada. ¿Sabes qué me duele más? Que olvidé que desde que murió Johanna, tus cumpleaños se basaron en idas a aniversarios de la muerte de tu hermana. Recuerdo que, una vez, cuando cumpliste 10, yo llegué ebrio a la casa, pero no tanto. Tú pensabas que no escuchaba... estabas en tu cuarto, con un pastelito de chocolate, y un cerillo, cantándote feliz cumpleaños y pidiendo de deseo, que por favor Johanna regresara, que todo cambiara, que yo ya no te pegara. ¿Por qué no cambié? Simplemente seguí buscando refugio en los bares, en vez de acercarme a ti, i buscar ayuda. Te perdono, hija, espero que me perdones.
Los perdono, padres. Y los amo. Adiós, y por favor, sean felices.
Ambos asintieron.
Martha se despidió, los padres igual.
Al salir, Martha y Marina se detuvieron en el umbral de la puerta, volvieron la mirada atrás y los padres de Marina se abrazaron, sonrieron, se besaron y prendieron la tele.

Años después, la madre de Marina decidió entrar a una escuela ayudando a niños como su hija, y su marido decidió que un cachorro ayudaría a que su hijo adoptivo Leo, se sintiera más cómodo en la casa.

MarinaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora