5 El exterior

1 0 0
                                    

Hugo y Lucía se acercaron a la ventana donde Connor miraba a lo lejos.


Justo al final de la calle, rodeando a los muertos, se acercaban dos personas. Corrían y amboscargaban a la espalda sendas mochilas grandes de montaña. Por la forma de moverse era obvio que estaban vivos y, mejor aún, iban armados y parecía que sabían usar las armas. Mirabancontinuamente a ambos lados de la calle y, cada pocos metros, miraban sobre sus hombros para cerciorarse de que el camino seguía libre de muertos. Cada vez que llegaban a un cruce o entraban en los distintos aparcamientos llenos de coches, paraban unos segundos hasta asegurarse que el camino era seguro. Estaban casi seguros que aquellos dos sabían lo que estaban haciendo. Se cubrían entre ellos empuñando un arma que a esa distancia no conseguían distinguir, posiblemente una pistola o un cuchillo. Un asomo de esperanza irrumpió en cada uno de ellos.


- Supervivientes.- Podrían ser nuestra oportunidad para salir de aquí. Si les hacemos señales o les gritamos...- De eso nada, atraerás a los muertos otra vez y, además, no sabes si son de fiar.

Pero no hizo falta llamar la atención de aquellas personas porque la chica, haciendo una señal a su compañero, los señaló y ambos observaron. Los señalaban, inmóviles como estaban en mitad de la carretera, y conversaron entre ellos. Parecía que discutían. A los pocos minutos el chico giró por la calle paralela y desaparecieron de la vista del grupo.

- Joder, no...- ¿Pensarán que estamos muertos?- Puede, desde esa distancia no es fácil distinguirnos de ellos.- Tendremos que esperar por si vuelven y sino...- Encontraremos cómo salir de aquí.


Pasaron las horas sin tener noticias de aquella extraña y curiosa pareja. Los muertos no parecía que quisieran irse, al contrario. Cada vez que asomaban la cabeza por la ventana los veían allí, dando tumbos en pequeños grupos cerca de la entrada y por el aparcamiento. Algunos se alejaban calle abajo para dar media vuelta hasta volver a la entrada. Pasaban las horas observando el vaivén de los muertos vivientes, escuchando los gruñidos susurrantes que parecían salir de las puertas del mismísimo infierno. Los coches estaban tan cerca... si al menos encontrasen la forma de llegar hasta uno sin ningún rasguño...


Pero los muertos se amontonaban. Lucía contó dieciocho. Vio con horror a los que fueron sus compañeros. Caminaban arrastrando los pies en una especie de letargo infinito. Daban pequeños gruñidos pesarosos mientras caminaban sin rumbo definido. Valeria, una chica a la que Lucía le tenía mucho aprecio, también había caído en el destino de la muerte y ahora había llegado a la barandilla de las escaleras, caminando contra ella intentando pasar al otro lado. Incluso muerta era idiota.

A decir verdad, todos ellos, los podridos, eran estúpidos. No tenían capacidad de razonamiento y parecía que se movían por instinto más que por memoria. Chocaban entre ellos y cambiaban de dirección por inercia, sin apenas inmutarse. No se miraban. No se gruñían. No hacían nada, solo deambular.

Pasaron el resto del día en absoluto silencio viendo cómo los últimos rayos de sol desaparecían en el horizonte. Durante la tarde intentaron contactar con sus familias, pero fue inútil. Las líneastelefónicas estaban saturadas al igual que los mensajes de texto y WhatsApp. Lo intentaban cada hora, sin éxito, hasta que llegó la madrugada y se rindieron. Sin mucho ánimo, Lucía abrió un par de sándwiches de atún y los partió para compartirlos con los chicos. Estaban insípidos y demasiado pastosos, pero no tenían mucho donde elegir y no podía permitirse el lujo de perder fuerzas a lo tonto.


Aquella noche ninguno consiguió dormir. Por más que intentaban descansar en el frío suelo del comedor abrigados con sus chaquetas, los gruñidos lejanos y los pasos de los muertos les mantenían alerta. El silencio que reinaba en el comedor, a pesar de todo, les reconfortaba. Los muertos no podían entrar. Vivirían otro día.

El resurgirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora