Capítulo 7

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Se habían llevado a Snape rápidamente a una de las habitaciones mientras a James le decían que esperara fuera, en la sala de espera, a pesar de las protestas de James, que oía los gritos de Snape en los pasillos hasta que lo que supuso que era un encantamiento silenciador hizo efecto cuando cerraron la puerta de la habitación de Snape.

James llevaba casi una hora paseándose por el pasillo sin que ninguno de los médicos o enfermeras le dijera nada sobre cómo se encontraban Severus y el bebé, James finalmente llegó a sentarse de mala gana en una silla y rebuscó en su bolso sacando un objeto y ampliándolo de nuevo y mirando la cara del conejo blanco que había comprado para Severus ese mismo día.

-¡James... James!- gritó la señora Potter mientras corría por el pasillo hacia él, pues una de las medibrujas le había avisado de que su hijo había llegado al hospital con un joven que había sido ingresado de urgencia. -Querido, ¿estás bien? ¿Dónde está Severus? ¿Qué ha pasado?- preguntó de pie frente a su hijo mientras su marido se unía a su lado tan solo unos segundos después.

James negó con la cabeza y tragó saliva. Tenía la garganta seca. Se sentía enfermo. Pasó los pulgares por la cabeza del conejito. La pelusa era tan suave. Severus había tenido tanto miedo. Con los ojos tan abiertos y tan quieto... No era propio de él. Le había dolido tanto.

-Mamá-, balbuceó James, sintiéndose de nuevo como si tuviera siete años. Se mordió el interior de la boca para intentar contener la emoción. Se suponía que ahora tenía que ser fuerte, era lo único que podía hacer, su único trabajo y tenía que hacerlo bien. -Mamá, él... él...- No le salían las palabras.

Sacudió la cabeza para tratar de hacerla entrar en razón y soltó rápidamente -Maldito Malfoy, Lucius Malfoy se abalanzó sobre él en la tienda y le tiró encima un estante lleno de pociones volátiles. Le quemaron la ropa. Le comieron la piel. Detuvieron la quemadura, pero dijeron que con toda la magia que estaban usando para salvarlo, podría causarle un aborto espontáneo o su cuerpo podría rechazar la curación, en un intento de proteger al bebé o...-. Había perdido la cuenta de todas las posibilidades en su mente. No se había dado cuenta de que apretaba el conejito con tanta fuerza hasta que su madre se lo quitó suavemente de las manos.

-He sido un inútil-, jadeó, mirándose las manos vacías. -Estaba tan... ¡Mamá, estoy tan jodidamente asustado!-.

La señora Potter dio un pequeño suspiro ante la información que acababa de recibir antes de abrazar a su hijo. -Lo sé, cariño. Lo sé, pero tienes que intentar ser fuerte por ellos, tienes que creer que ambos lo superarán y que volverán sanos y salvos a casa por Navidad-, le dijo con dulzura mientras acariciaba el pelo de James y lo sentía temblar en sus brazos.

-Siempre nos has dicho que Severus es un luchador, tienes que creer que él también saldrá de esta-.

James negó con la cabeza, enterrando la cara entre las manos y hundiendo los dedos en su pelo, agarrándolo con fuerza. Las raíces casi gimieron en señal de negación. -Mamá, si les pasa algo a alguno de los dos...-. Apretó las palmas de las manos contra los párpados cerrados para intentar contener la emoción que le embargaba. -Los necesito a los dos. Si pierdo a Severus pierdo al bebé, si algo le pasa al bebé entonces el único lazo que me une a Severus es...- Se sintió enfermo. Podría estar enfermo.

Dos pares de pies familiares aparecieron a la vista. Su padre tenía tanta prisa que ni siquiera se había puesto los zapatos, aún llevaba las zapatillas.

-Se pondrán bien-, dijo su padre mientras tomaba asiento a su lado. -Saldrán adelante. Ten fe. Lo trajiste aquí a tiempo, está en buenas manos-.

-Si le pasa algo, yo...-. Ahora temblaba de rabia, pensando en todas las torturas que quería infligir a Lucius Malfoy.

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