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Si hay algo de lo que tengo que estar agradecido además del guardarropa totalmente negro de HanSung, es que es verdad que el maldito era el señor de unas tierras vastas

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Si hay algo de lo que tengo que estar agradecido además del guardarropa totalmente negro de HanSung, es que es verdad que el maldito era el señor de unas tierras vastas. Es lo único que puedo pensar mientras veo por el ventanal de cristal de mi oficina, al otro lado, al campo blanco frente a la mansión Vante que parece infinito y donde los copos de nieve caen con delicadeza; completamente contrario a la noche que desperté, que la ventisca aterradora congelaba todos los rincones.

El ducado de Vante es dueño de las tierras al norte del imperio, irónicamente, una isla; donde el invierno es nuestro pan de cada día.

Han pasado varias semanas desde el banquete de mayoría de edad de la princesa Tzuyu, y es casi un milagro que nadie haya venido a molestar en los últimos días. La capital del imperio está a un viaje en barco del ducado, por lo que quiero pensar que tanto preparativo y trayecto le son una molestia al emperador como para venir a joderme la vida. Por ahora. No quita que mi ansiedad crezca, día a día, porque si la línea temporal del libro no se equivoca, JungKook puede aparecer en cualquier momento frente a las puertas de esta casa.

—Su Gracia, la fiesta del té está por comenzar. —Escuché tras mío una voz femenina.

No me habló a mí, sin embargo. Me di la vuelta, para sentarme en el gran sillón de mi escritorio otra vez, y de solo ver el montón de papeleo sobre él, el pequeño dolor de cabeza que de por sí ya tenía, fue en aumento. ¿Una desventaja? Que ser el señor de estas vastas tierras, incluye montones de trabajo y papeleo. Un suspiro salió de mis labios cuando volví a tomar la pluma, y un documento más.

—Mi Lord, se ve casando, ¿por qué no me acompaña a la fiesta del té?

JiMin me miraba expectante, levantándose del sofá de la sala incorporada de mi oficina, dejando sus materiales de tejer con una de sus damas de compañía; dos de ellas lo acompañan hoy, a mi pequeño prometido, que espero deje ese título muy pronto. Es extraño, francamente, en ninguno de los volúmenes del libro se describió que Lord Min se sintiera tan cómodo o fuera tan cercano al duque como para pasar una tarde tejiendo en esta oficina mientras trabajaba, y últimamente, se está convirtiendo en nuestra rutina.

Enarqué una ceja, mirando a JiMin que espera mi respuesta ansioso frente a mí.

No es como si pudiera echarlo, porque en realidad no quiero construir una mala relación con él, cuando lo que busco es tener los menos enemigos posibles. Necesito que JiMin se vaya de aquí con una media buena impresión por lo menos, si al final mi muerte a manos del emperador se vuelve inevitable, un aliado tan cercano a mi asesino, no me haría ningún daño.

—Me encantaría, pero me temo que mi hermana no estaría muy agradecida con mi presencia —negué—. Hue-...

—Solo llámeme Kai, Excelencia.

—Eso, aquí, gracias.

Llamé al infaltable lacayo, que con sus nombres sigo siendo pésimo. Le entregué unos documentos, ya firmados. Los ojos de JiMin, bien abiertos, jamás dejaron mis movimientos, con sus delicadas manos cruzadas frente a él de manera adecuada y con etiqueta, con sus dos damas de compañía tras suyo, listas para seguirlo apenas su Lord se decidiera a salir de aquí. Vi de reojo cómo le pusieron una capa abrigada de piel en sus hombros, indicándole una vez más que llegaría tarde si no se apresuraba; pero JiMin jamás se movió.

El Señor Del Tirano. >> KookV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora