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Y si tan solo pudiera correr a Yongsan

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Y si tan solo pudiera correr a Yongsan.

Ah, Yongsan...

No es más que un agujero de gusano. Eso es lo que es esa puta cueva.

Ese día que subí a la montaña del dragón, después de darme cuenta de lo que quería la criatura, el miedo volvió a disminuir, droga abajo; y me tomó la curiosidad, droga arriba. Así de sencillo y aterrador.

Enarcando una ceja, observé cómo el dragón retrocedió más y más. El aire se absorbía como si estuviéramos en un ducto, y mi capa hacía que me succionara, o por lo menos lo intentaba, como si tuviera vida propia.

Recuerdo que me puse de pie, con las piernas como gelatina, y con un tambaleo patético. Los ojos rojos que me acechaban, cada vez se hacían más pequeños. Y poco a poco la línea de luz mágica que recorría la piedra que me alumbraba, fue perdiendo su resplandor, quizá a medida que yo perdí mi concentración; contando con que empezó siendo de un rojo escarlata, y que para ese instante, no brillaba más que un cereza pálido que se desvanecía. Mi explicación es que mi magia tuvo que haber reaccionado ante mi cuerpo sobre estimulado por la propia magia negra del dragón, que en esa oscuridad, estaba indefenso a su merced. Pero obviamente, desde el comienzo, tuve que saber que estaba destinado a perder la pelea.

Ya que incluso cuando mi fulgor rojo se apagó por completo, el dragón siguió brillando ante mis ojos.

Y desde ese momento, el ambiente empezó a cambiar súbitamente.

Sus escamas tornasoles fueron lo único que destellaron dentro del lugar de ahí en adelante, y era absurdo, porque el sol jamás sería capaz de llegar hasta allí. Ladeando mi cabeza, recuerdo que busqué insistentemente tras de mí un atisbo del mundo exterior. Y no me sorprendí cuando lo que percibí fue la nada, junto a un silencio ensordecedor. Negro. Tras mío no hubo otra cosa que un agujero negro que no prometía ser la salida; no quedaba rastro de la niebla, del resplandor del cielo del atardecer de Vante, donde dejé a Sir HoSeok. El eco ya no existía, y el viento ya no corría. El clima ya no me congelaba, y el calor tibio corporal del lagarto pareció envolver el lugar.

Se veía y se sentía absurdo, lo sigue siendo.

Y odio admitir también, que tiene una explicación absurda.

Lo recuerdo perfectamente, como tuve que cerrar mis ojos por un segundo, y respirar. Buscando la tranquilidad.

Tomo Cuatro, El Corazón de Lord Min, el dragón Estela de la Noche, de nombre Estellar, envuelve su magia en su amo y lo hace viajar de una manera astral mágica, donde dragón y Señor, se detienen y desaparecen en el tiempo. A voluntad de esta criatura, capaz de retirar a su amo a otro mundo a su antojo. Para retenerlo, obedecerlo... protegerlo. En ese momento, fue como si hubiera dado un paso a una nueva dimensión paralela.

En donde nada más existimos él y yo.

Una habilidad de la que no se puede leer hasta la penúltima entrega de la saga, y que es, precisamente, la última que pude leer yo. Claro, pues se suponía que HanSung no lograba despertarlo hasta la tercera entrega, así que Estellar no muestra su verdadero potencial hasta el libro siguiente. Especialmente esto, tan único, tan poderoso, no lo revela hasta el final del tomo, cuando se ve acorralado por el escuadrón de magos de la guardia real. Con tal de proteger a su Señor, que se reía como un desquiciado en la punta de la torre mágica de Vante, que se consumía en llamas. HanSung se vio perdido, derrotado, consumido en su locura miserable, cayó al vacio, directo al fuego que consumía su preciada tierra. Se dejó ir, cometiendo el suicidio; a la boca del lobo... o del Pegaso. A los pies de esa guardia real mágica liderada por el ser más poderoso del mundo. El emperador.

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⏰ Última actualización: Oct 21 ⏰

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