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—¡No se esfuerce, Mi Lord! —un chiquillo corrió a darme la mano, cuando abrí la puerta de mi habitación

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—¡No se esfuerce, Mi Lord! —un chiquillo corrió a darme la mano, cuando abrí la puerta de mi habitación. No he logrado aprenderme su nombre, el de nadie, en realidad.

—No, no —gruñí obstinado, escondiendo mi mano tras de mí. Con eso, el chico se hizo para atrás en un salto, como quien se salva de ser quemado. El esperado escalofrío recorrió mi espalda, junto a la corriente de aire fría que recorrió el pasillo de esta tenebrosa mansión. Poco a poco me familiarizo con las dinámicas de este lugar, a la fuerza. Mi pecho ya se cansó de sentir a mi corazón correr, el sentimiento de desconocimiento es uno al que me acostumbre. Obligarme a mantener la calma ha sido cuestión del día a día. Envuelto en una bata de pelajes negros, quizá de oso de las montañas o de una misma pantera, no tengo ni puta idea, y claro, pantuflas de algodón y cuero de piel de cocodrilo. Es impresionante, aún no lo digiero, tanto lujo. Tan comparable como al de la realeza. Incluso para mí, Kim TaeHyung, que no vengo exactamente de la pobreza en Corea, ni siquiera de la bendita clase media.

De pronto parpadeé, soltando un suspiro ante la desconcertante imagen frente a mí, un lacayo asustado. Se ha repetido incontables veces la última semana, lo que hace a mis manos temblar. Delante la gran puerta de la que entendí es mi habitación, después de otros siete infernales días en cama desde que desperté, por fin puedo mantenerme por mí mismo y caminar solo, sin ayuda de alguien para desplazarme de un lado a otro. Estuve esperando salir de esas cuatro paredes como un loco.

Pues después de mi absurda manifestación de... energías rojas -si es que puedo llamarlas así- que hizo volar todo en la habitación, caí en cama extremadamente exhausto. Se me vuelve a acelerar el corazón de solo recordarlo. Bueno, por lo menos no volví a perder la conciencia, pero mi cuerpo cedió por completo, y la cama se convirtió en mi hábitat natural por toda una maldita semana. Lacayos por todos lados, ayudándome a hacer hasta las cosas más mínimas. Trayéndome las comidas. Cambiándome las vendas. Jamás dejándome ver ni un pico de la luz del sol, después de que al día siguiente de lo sucedido, alguien llegó despavorido a arreglar el cristal del inmenso ventanal que destruí, con un espeluznante actuar. Como si no hubiera sido la primera vez en que se hacía cargo de algo como eso. El ventanal volvió a ser sellado por unas cortinas sombrías, en cuestión de un día, como una obra de arte prohibida de contemplar.

No me molesté en contradecirlo. Lleno de pensamientos, con el cuerpo ardiendo.

Aún me cuesta creerlo. Pequeños moretones adornan mis brazos, de tantas veces que me he pellizcado; con la esperanza... de despertar, quizá, no lo sé. Me resulta absurdo. Es imposible mi sola existencia, en este momento, en este pasillo, frente a este niño, que no se ve mayor que los míseros dieciocho años, mirando al suelo como si su vida dependiera de ello. Una sumisión, casi que inhumana. Que de donde vengo, según los derechos humanos que conozco, la sociedad que conozco, la vida que conozco, donde se supone que debo estar, su actitud no representa más que la de un miserable esclavo. Me hace temblar, el solo uso de esa palabra.

El Señor Del Tirano. >> KookV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora