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El pesado suspiro se escapó de mi boca sin mi permiso, apenas puse un pie dentro del palacio principal

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El pesado suspiro se escapó de mi boca sin mi permiso, apenas puse un pie dentro del palacio principal. Los caballeros de la guardia de Su Majestad se detuvieron en el inmenso umbral; firmes, y con sus hachas de largas astas, dieron un gran estruendo contra el suelo, avisando mi llegada. Los dejé atrás. Rodando los ojos. Severa irritación me nubla la cabeza, así que es una maldita suerte para ellos que su deber de resguardarme termine hasta aquí, en la puerta del palacio. Que por lo menos dentro, soy libre.

Maldita ironía.

—Buenas tardes, Excelencia, ¿tuvo una buena mañana? —un mayordomo se me acercó.

—No quieres saber, Albert —resoplé, no me molesté en mirarlo. Ni siquiera estoy seguro de si ese es su nombre.

Sofoque. Es lo que siento. Incluso en estas nuevas ropas de mierda que no hacen más que darme escalofríos cada dos segundos.

Resultó que ayer después de mi reunión con Sir HoSeok, ya después de terminar con la orientación de Sir YoonGi, que por cierto no hizo más que fulminarme como un bicho, tuve que tragarme la rabia al verlo; tuve que poner mi mejor cara para informarle sobre el destino de su preciado señor. Y si Sir HoSeok no hubiera estado presente en esa oficina, quizá no hubiera sido tan contenido. No me culpo, igual, el gato de mierda siempre llega con una actitud despreciable. Su rostro agrio nada más se suavizó cuando le informé que, por fin, es tiempo de que JiMin regrese a casa. A Kimer, al sur, y donde está toda su gente. Dejó de hacer preguntas, y paró de objetar, por primera vez asintiendo a mis órdenes sin réplicas.

Y fue después de eso, que los caballeros dejaron mis aposentos, que un toque desafortunado llegó a mi puerta.

Una sola palabra: regalos.

Agh, y ahí va la piel de gallina otra vez.

Una mujer muy extravagante y pintoresca se apareció en la tarde de ayer. Mi lacayo Kai la dejó pasar con duda después de que le di la autorización. Escandalosa y animada, sin una pizca de miedo, me trató como si me conociera de años. No le dio vergüenza entrar a la oficina como un torbellino, y me arrastró hasta el recibidor de los aposentos con una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Vengo de parte de Su Majestad, Excelencia! ¡Me ha ordenado prepararle el mejor de los ajuares del imperio! Ahora venga, ¡debo tomarle las medidas!

No necesité ni quise saber más.

Salió de ahí después de dos horas, terminé exhausto y ni siquiera fui yo el que hizo las cosas. Me dejó toneladas de ropa nueva, y se llevó las que traje desde Vante, con el pretexto de que estaban fuera de temporada. La única condición que le puse es que fueran de tonos y colores oscuros, y que mis ojos rojos sean tan amenazantes a veces resulta de mucha ayuda. De todas maneras se fue muy satisfecha, eso sí, no paró de adular mi apariencia y prometió que enviaría el resto del ajuar cuando estuviera listo.

El Señor Del Tirano. >> KookV.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora