La mañana del viernes

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6:00 am

Adán Cervantes aventó el celular por el susto que le sobrevino al dispararse la alarma. El aparato voló por los aires para caer en el suelo, junto a la puerta. Por toda la habitación se escuchaba el sonido de los gemidos provenientes del vídeo que disfrutaba antes de tal sorpresa.

Levantó su esbelto cuerpo desnudo y se estiró con un bostezo. Miró su erección y no pudo evitar tocarla por unos momentos antes de recoger su celular. Siendo sinceros, no tenía absolutamente nada de qué avergonzarse en cuanto a su miembro. Él sabía lo que tenía.

—¡Adán! —gritó Gretel, su compañera de piso, mientras abría la puerta sin tocar.

—¡No entres! —respondió.

Pero era demasiado tarde, Gretel lo miraba con sorpresa desde el marco de la puerta. Un grito femenino y el azote de la madera.

—¡Perdón! —gritó su amiga desde el pasillo.

Adán se puso unos bóxers lo más rápido que pudo.

—Entra.

Su amiga entró con los ojos cerrados.

—¿Ya puedo abrirlos?

Adán rió por lo bajo.

—Adelante.

Ella abrió los ojos y su mirada reflejó tranquilidad.

—Nada más quería preguntarte si podía irme contigo a la universidad.

El hombre puso los ojos en blanco y asintió.

—Gretel, llevas toda la semana yendo conmigo a la universidad, ya deja de preguntarme.

—Confía en que lo haré después de lo que vi hoy. —E hizo una mueca de asco.

7:00 am

Para Sebastián Priego, la mejor parte de ir al gimnasio era meterse a las regaderas al terminar su rutina. Le encantaba la sensación del agua llevándose el sudor mientras sus manos tallaban sus músculos, que se sentían más grandes y duros de lo normal. Le gustaba sentir las gotas calientes relajar cada fibra de su cuerpo y sonrojar su piel pálida. Pero lo que más le gustaba era mostrar su cuerpo a los demás.

Había algo liberador en estar desnudo en público, y algo satisfactorio en que lo observaran, ya fuera por envidia o deseo. En ambos casos le hacía sentir bien. La mayoría de las veces le dedicaban miradas pasajeras al recorrer el vestuario, pero no faltaba el que se metía a las regaderas al mismo tiempo que él. Normalmente se ponían en regaderas alejadas por lo que intuía que no tenían segundas intenciones, pero solo de imaginar lo que podría pasar, la calentura invadía su mente.

Ningún hombre se bañó junto a él esta vez, de hecho, el gimnasio estaba casi vacío. Salió de la regadera y se secó. Se puso la ropa y se disponía a salir cuando vio a otro hombre entrar. Era alto y esbelto. Tenía rizos dorados y una piel bronceada. Estaba seguro de que lo había visto en algún lado. El hombre le dedicó una mirada y no tardó en quitarse la ropa. Caminó hacia las regaderas presumiendo su desnudez y dejó correr el agua caliente. Sebastián no quería salir del lugar, así que comenzó a lavarse las manos como excusa para hacer tiempo. Podía ver al joven a través del enorme espejo, y se daba cuenta de que esos ojos verde esmeralda se clavaban en él de vez en cuando. No faltaban los momentos en los que sus miradas se cruzaban y ambos pretendían que no pasaba nada.

INCUBUS: LA CASA DEL PLACER (+18)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora