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Voy a hablarles sobre mis recuerdos más felices.

En sexto año de secundaria, me aliste para irme a un viaje a Córdoba. Precisamente, a Rio Cuarto-Embalse, ubicado nuevamente en Argentina como todo lo que transcurre en estas historias.

Fue uno de los mejores, por no decir, el mejor viaje que hice. Fui con mis compañeros de secundaria, muchos amigos, muchos conocidos y otros no tanto. De todas formas, la pase increíble.

Hubo noches de fiestas (aunque a mi parecer, que ya había estado en discotecas, era muy aburrido), desayunos, almuerzos, cenas, aventuras, juegos, y mucho pero mucho deporte. Resulta que éramos aproximadamente 8 chicas en una misma habitación donde las risas no faltaban. Cada noche era una pelea constante por la luz, las risas y las voces de aquellas chicas que no permitían que descansara. Para que yo pueda dormir plácidamente la habitación tenía y tiene que estar completamente en silencio. Y aquello, con tantas chicas, era realmente una misión imposible. Me costaba mucho levantarme al otro día, nos despertaban los tutores (profesores) a las 7:30 de la mañana para hacer las actividades propuestas en el día. Y no volvíamos a dormir hasta las 11:00 o 12:00 de la noche, dependiendo la actividad que nos tocase esa noche. Sé que suena chocante pero necesito mis horas de descanso, que realmente, son muchas. Duermo entre 12 y 13 horas diarias. Es más de lo que una persona necesita para recuperar energías. Y no es por excusarme pero tengo depresión.

Recuerdo, una tarde de otoño donde las hojas se desprendían de sus arboles dejándose caer en el piso adoquinado de la vereda. Eran hojas secas, de un color marrón o amarillento. Aprecié con cariño como se deslizaban las hojas marcando la estación en la que nos encontrábamos. Me dirigía a la casa de Walter, quién, como dije vivía en frente de mi casa por lo cual el recorrido fue corto. 

Al llegar, entre, sabiendo que no le ponía llave al portón, ni a la puerta principal que dirigía al patio. La casa en sí, era chica pero el patio era enorme. Pasaba tardes jugando a esconderme entre los arboles que se alzaban de la tierra, o en el columpio que era para mí. También ayudaba a hacer cosas de mantenimiento, o veía como las hacía. 

Pero una tarde, llevé mi bicicleta para poder aprender a andar, tropecé varias veces y caí otras tantas. Si algo aprendí de ese día fue que no importa cuántas veces te caigas, siempre hay que levantarse y seguir intentando. Esa tarde aprendí a andar sin caerme, después de unas cuantas horas, estaba exhausta así que volví a mi casa, cene y me fui a dormir. Tenia clases la mañana siguiente, fui y cuando cayo nuevamente la tarde, practique junto con Walter a andar en la bicicleta, no fue fácil en un principio pero una vez que me acostumbre, me anime a andar por la calle. Puede sentir como el viento golpeaba mi cara, sacudiendo mi cabello, haciendo que volara para todas partes y sonreí, sonreí como nunca lo había hecho. Libertad era lo que saboreaba, era una niña de 8 años.

La plenitud en las sombrasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora