4.

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4. Yue

La luz del sol despertó a unos cuántos niños, por primera vez en mucho tiempo Yue no había llegado a despertarlos, algo extrañados despertaron a los demás y los mayores tomaron la iniciativa para prepararlos a todos . Minutos más tarde, Oliv, una de las cocineras, entró apresurada a la habitación, sonrió aliviada al verlos casi listos y los llevó a todos a preparar las mesas para el desayuno. Tan pronto se sentaron un retorcijón en el estómago le advirtió a Amaris que algo ocurría, Yue no estaba por ningún lado, aquello hacía que se sintiera vulnerable, un sentimiento que nunca había experimentado, hacía que sintiera náuseas pero sobre todo miedo. Por otro lado, Briana había recuperado algo de su singular alegría así que Nebra se atrevió a preguntar por su extraña sonrisa.

—Querida, anoche encontré lo que tanto buscaba—sus hijos la miraron confundidos—después les explicaré bien, de todos modos no he revisado, solo me aseguré de que aquí estuviera...—Habló tan fuerte como siempre haciendo que todos volvieran la vista confundidos, los sirvientes temieron por aquellas palabras— Además, me notificaron que encontraron a la estúpida de Rosina en el pueblo—Amaris se congeló al escucharla—no deben tardar en traerla, ah y también tengo que hacer un anuncio, pero no quiero arruinar el desayuno así que lo haré más tarde.

Sus corazones no se calmaban, las tareas diarias fueron realizadas lentamente gracias al suspenso y al mal presentimiento.

—¡Hagan silencio de una buena vez!—gritó Nebra en la sala tras tener reunidos a todo el personal de la servidumbre, algunos guardas y a los niños.

—Gracias querida—Briana se posicionó en el centro del salón y con un tono de tristeza evidentemente falsa se refirió a todos—lamento informarles que hoy en la mañana la señorita Yue fue encontrada muerta al final del barranco...—forzó sollozos sin lágrimas—tantos años de fidelidad a esta mansión ah, seguramente enloqueció y decidió suicidarse, pobrecilla.

Amaris sintió un enorme calor en su pecho mientras la sorpresa invadía su rostro, los sollozos de los demás niños y los murmullos de la servidumbre ocultaron su presencia "¡MENTIROSA!" gritó dentro de sí mientras su respiración se hacía pesada "¡TÚ LA LANZASTE!" cubrió su boca sintiendo la necesidad de gritarlo en la cara del orco, las lágrimas bañaron su rostro ahora ruborizado por el enojo, su labio inferior sangró al ser mordido y sintiendo que la impotencia le ganaría avanzó hacia Briana con pasos pesados y decidida quién sabe a qué.

—¡Señorita Briana!—Uno de los guardias irrumpió en la habitación y ella se detuvo—hemos traído a Rosina—la gorda dejó ver su maliciosa sonrisa.

—¿Ibas a decir algo Amaris?—dijo volviendo la vista hacia la pequeña que agradeció la interrupción, una pausa suficiente para recuperar la postura.

—Quería... Quería agradecerle por informarnos—dijo apretándose el pecho tratando de controlar la presión.

Para ninguno era posible realizar sus labores sabiendo que Briana estaría castigando sin compasión a la pobre Rosina, el cuarto de castigo era la más horrible amenaza que existía, era el único lugar que Briana se había molestado en remodelar pues solo era un sótano que servía de reserva, ahora estaba adornado con varas de todos los tamaños, correas y muchos artefactos que hacían que el lugar pareciera la sala de tortura de los calabozos del Rey.

Llegada la tarde, Amaris volvió un poco en sí después de haber estado medio inconsciente todo el día, tanto, que olvidó asegurarse de que nadie revisara bajo las camas y algo asustada corrió a revisar que todo estuviera bien. Exhaló con cierto alivio al encontrar todo en orden y dejándose caer en el rincón que le brindaban las camas permitió que las lágrimas brotaran con toda la fuerza que su pecho le permitía, en cada sollozo su mente esbozaba el recuerdo de la última mirada que le dirigió a su querida Yue, de la última canción que le cantó y de la última vez que beso su frente para que pudiera dormir.

Caperucita de CristalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora