Al despertar me apresuré a vestirme. La noche anterior había sido una de las más divertidas de mi vida. Quizás se debía a que molestar a Elena era mi nuevo pasatiempo favorito. No podía evitarlo. Había algo en las expresiones que hacía cuando se enfadaba que era adictivo. Y nuestros encuentros casuales, que ya no parecían tal cosa, tenían el potencial para convertirse en la mejor parte del verano.
Tengo que admitirlo. Estaba muy aburrido. Mis amigos se habían marchado a distintas provincias o directamente a otros países, y ya no sabía cómo pasar el rato. Deseaba haber aceptado la invitación de Pedro a la costa... pero no podía. Alguien tenía que cuidar a mi padre. Y mamá no lo haría. Ella ya no estaba con nosotros desde que tenía seis años.
Tomé un vaso de leche fría y me metí en la boca un puñado de cereales. Pasé mis ojos por la vieja y polvorienta biblioteca. ¿Cuál sería el afortunado de ese día? Me relamí los labios mientras pasaba mis dedos por los viejos lomos de los libros. Finalmente me detuve frente a uno. Misterio. Interesante.
Lo tomé y me dispuse a ir hasta el parque. Había sido pura casualidad que estuviera allí el día en el que la conocí. No recordaba exactamente qué me había llevado a ese lugar tan temprano, pero estaba seguro de que tenía algo que ver con la sensación de encierro que me producía la vieja y pequeña casa en la que vivíamos. Se podía considerar que prácticamente era un monoambiente.
Puse mi teléfono en vibrador, para que me enterara si mi padre buscaba contactarme o necesitaba algo. Me incliné sobre su durmiente figura y deposité un beso sobre su frente.
—Mejórate —le pedí, como si él pudiera escucharlo, o, en caso de haberlo hecho, pudiera hacer algo al respecto.
Quedaban pocos libros que no hubiera leído ya en mi biblioteca, y dudaba que tuviera dinero para comprar más. Casi había sentido envidia cuando Pequitas había aparecido con su nueva adquisición el otro día. Reí por lo bajo al recordar el apodo que le había puesto. Sabía que lo odiaba, y me divertía que ella creyera que eso evitaría que lo usara. Al contrario, solo me daba más incentivo para hacerlo.
Me senté sobre el mismo banco de siempre. Lo había consagrado como mi lugar. Solo mío. Por supuesto, no podía reclamar como mi propiedad algo que estaba al servicio del público. Sin embargo, mientras yo estuviera allí, nadie podría sentarse en él. Ni siquiera Pequitas. Aunque... quizás algún día se lo permitiría.
Si no fuera inteligente, diría que ella buscaba evadirme siempre que podía. Eso era probablemente lo que hacía... y eso solo volvía las cosas más divertidas. Porque siempre pasaba por allí para ir al centro cultural. Lo que significaba, que era muy difícil que pudiera esquivarme, aunque lo intentara.
Estaba seguro de que en cualquier momento se avivaría e iría a la policía para hacer una denuncia en mi contra. El solo pensamiento me produjo escalofríos. Tal vez debería ser más respetuoso, o medir mejor mis comentarios en nuestros próximos encuentros. Lo último que me faltaba era terminar en prisión por no saber cerrar la boca. Me sorprendía que todavía no me hubiera abofeteado. Muchas chicas lo hacían. Más de las que me gustaba admitir. Cielos. Nadie sabía apreciar las bromas en esta ciudad.
Utilicé mi abrigo como almohada, porque no había otra cosa para la que lo necesitara, y comencé a leer. Cada vez que escuchaba el ruido de zapatos contra los adoquines levantaba la vista. Miré mi reloj de muñeca con impaciencia.
— ¿Estás esperando a alguien? —preguntó una voz a mi oído. Me asusté tanto que mi cuerpo se estremeció y caí del banco de piedra al suelo. El libro me pegó en la cabeza y terminó sobre mis rodillas.
Era ella. Se había acercado con tanto sigilo que no la había visto. Miré sus pies. No llevaba zapatos altos ese día. Quizás por eso no me había percatado del ruido de sus pasos. Me sobé la cabeza en la zona en la que el libro me había golpeado.
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Tú, yo y un libro
Teen FictionSolo requirió de un pequeño accidente para conseguir que Félix y Elena se encontraran. Desde ese entonces, volvieron a verse cada día, a la misma hora y en el mismo lugar. Cualquiera diría que siendo ambos amantes de los libros conectarían instanea...