9: Elena

95 21 5
                                    

    Se había ido. Todavía no podía creerlo. ¿Tan mal había estado como para que se marchase al día siguiente sin decir una sola palabra? Nunca había pasado por tanta vergüenza. Y yo que había creído que había sido la mejor experiencia del mundo. Había creído que él sentía lo mismo, que lo había disfrutado, pero se había echado a correr sin siquiera saludarme. Ni siquiera se dignó a advertirme sobre los peligros de la zona.

     Si volvía a verlo iba a matarlo. Me había asustado muchísimo al ver que un hombre se adentraba al local por la puerta abierta. ¿Cómo iba a saber yo que era el dueño? Por supuesto que mi primera idea fue que se trataba de un ladrón. Me había apresurado a vestirme y permanecí completamente quieta esperando que no tuviera la brillante idea de subir por las escaleras. Estaba temblando. Tenía que irme de allí ahora mismo. Era curioso que el lugar me pareciera más aterrador de día que de noche. Quizá todo lo que había cambiado entre ese entonces y ahora era que Félix se encontraba conmigo.

    Escuché con atención los movimientos del hombre sin moverme. Esto estaba mal, muy mal. Si algo llegaba a pasarme, nunca le perdonaría que se hubiera marchado. Ya bastante insegura me sentía por su reacción inesperada esa mañana. Contuve la respiración cuando escuché el rechinar de la madera bajo sus pies. Cielos. Cielos. Cielos. Por favor, no. Cerré los ojos. Solo sentía los latidos de mi corazón.

    — ¿Quién rayos eres? —preguntó el señor al verme. Pasé junto a él y corrí escaleras abajo sin hablar, sin darle ninguna explicación. ¡Maldito Félix! ¿En qué mierda me había metido? Había sido muy tonta al sucumbir ante sus encantos.

    Una vez en la calle, me perdí entre la gente. Podía escuchar que el hombre gritaba, pero no le daba mucha importancia, porque el sonido sonaba distante. Ya me había alejado lo suficiente. Tomé el celular con disimulo, atenta a que nadie estuviera esperando la oportunidad de sacármelo de las manos, y le envié un mensaje a Delfi. No había estado en mis planes que las cosas sucedieran de aquella manera, que no regresara a casa. Estaba seguro de que mis padres se debían haber preocupado. Quizá habían llamado a mi prima. Esperaba que hubiera hecho un buen trabajo en cubrirme.

    Regresé a casa con los músculos adoloridos y tensos. No dormir en una cama no había sido la mejor idea. Giré mi cuello hacia el costado, tratando de elongar. Me iba a doler por unos días más. No estaba feliz con mis acciones. Habían sido demasiado precipitadas. Tendría que haber esperado, y haberle pedido a él también que lo hiciera. Recién era nuestra primera cita. Y ya nos habíamos revolcado. No podía creerlo. Apenas me reconocía a mí misma. Todavía no comprendía en qué rayos había estado pensando cuando pensé que esta era una buena idea. Tal vez ese fuera el problema. No había pensado. Había sucumbido a mis deseos e instintos más prematuros.

    Si mis padres lo supieran... si siquiera sospechaban... Algo me decía que José ya estaba al tanto de todo. Parecía predecir exactamente cada paso que Félix daría con precisión. Cómo lo hacía era un misterio para mí. Seguramente se debía al hecho de que era un hombre y sabía cómo pensaban. Sí, debía tratarse de eso.

    Cuando llegué a mi casa y entré a mi dormitorio en silencio, él se encontraba recostado sobre mi cama, leyendo uno de mis libros.

    — ¡Oye! Deja eso dónde estaba ahora mismo —exclamé quitándole de las manos el ejemplar mientras tomaba entre mis manos el que me había regalado Félix y los apilaba.

    — ¿Te compraste dos veces el mismo libro? Hay cosas que nunca voy a entender de los lectores —masculló extrañado. Fruncí el ceño.

    —Me lo regalaron. No lo compré —musité mientras depositaba ambos libros, exactamente iguales, uno junto al otro en mi biblioteca.

Tú, yo y un libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora