¿Era normal que estuviera tan nerviosa? No me había sentido así ni con Tomás. Volví a mirar la hora. No me gustaba nada estar allí parada en medio de la noche. No era seguro. Escuchaba atenta a cualquier ruido cercano. Tomé asiento en mi banco, apretando mi bolso contra el pecho. ¿Por qué estaba demorando tanto? Ya eran las ocho. Si hubiera supuesto que sería de esas personas irrespetuosamente impuntuales no habría tenido apuro en llegar al lugar de encuentro.
No podía mentir: tenía grandes expectativas. Estaba segura de que él, siendo tan lector como yo, lo entendía y se esforzaría. Había tenido que mentirles a mis padres para venir. Les dije que estaría con Delfi, que iríamos a comer a un restaurante. Por supuesto, también le había avisado a ella. Por suerte tenía planes para salir con Nico, por lo que cubrirme no sería ningún problema. Podía fácilmente decir que yo los acompañaría.
Jugué unos segundos con mis zapatos. No podía creer que estaba usando un vestido. Yo nunca los usaba. Arrugué la nariz. Tal vez esto había sido una mala idea. Seguramente algo había pasado y no tenía manera de avisarme. Ya habían pasado cinco minutos. Comenzaba a ponerme nerviosa.
No era ninguna ignorante. Sabía que, en ese parque, por las noches, abundaba la droga y la bebida. ¿Por qué había creído que esta sería una buena idea? ¿Qué me había llevado a decir que sí? Quería irme, ya. Lo haría, me marcharía...
No me moví.
—Solo esperaré unos minutos más —me dije intentando convencerme de que él aparecería. Pude ver una figura masculina acercarse. No podía verle el rostro por la mala iluminación. Se aproximaba hacia a mí. Por un momento me tranquilicé. Era Félix.
—Hola, creí que me habías dejado plantada, yo...
No era él. Se trataba de un joven que debía tener al menos veinte años. Usaba una sudadera vieja y desgastada, unos pantalones sueltos y un par de zapatillas rotas. Llevaba entre sus manos un cigarro. Estaba segura de que no era tabaco lo que fumaba.
—Hola, señorita. ¿Qué hace usted sola por aquí? —cuestionó arrastrando las palabras. Cielos. O estaba ebrio o drogado. O los dos. Ninguna opción era demasiado reconfortante.
—Estoy esperando a alguien —dije con voz algo temblorosa.
—Oh, ya veo. Usted vino por la diversión, ¿eh? ¿Lo que quiere es un poco de esto? —preguntó sacando del bolsillo de su pantalón una bolsa de plástico con un polvo blanco dentro.
—No, gracias —rechacé intentando no sonar agresiva.
—Vamos, estoy seguro de que le encantará. No podrá cansarse de esto —me aseguró señalando la bolsa y acercándola a mi rostro para que pudiera verla mejor. Arrugué la nariz. Ese hombre apestaba.
—No, realmente no tengo ganas —insistí poniéndome más y más nerviosa.
—Vamos, le haré un descuento por ser dama y por ser linda —ofreció con amabilidad. Cuando sonrió pude ver sus dientes torcidos, podridos. Y un aroma nauseabundo me llegó a la nariz.
—Que ya le he dicho que no.
Esta vez mi voz sonó más firme, incluso enojada, pero con un toque de desesperación. El hombre vaciló un poco y se acercó un par de pasos más.
—Te ha dicho que no, imbécil. ¿Acaso no entendiste?
Solté todo el aire que había estado conteniendo, aunque ni siquiera me hubiera percatado de que lo estaba haciendo. Nunca me había sentido tan feliz de escuchar esa arrogante voz. Félix.
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Tú, yo y un libro
Teen FictionSolo requirió de un pequeño accidente para conseguir que Félix y Elena se encontraran. Desde ese entonces, volvieron a verse cada día, a la misma hora y en el mismo lugar. Cualquiera diría que siendo ambos amantes de los libros conectarían instanea...