6:Félix

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   Había fastidiado todo con Elena. Lo supe cuando no apareció en el parque al día siguiente. Ni el otro. Ni el otro. Tres días habían pasado desde la tragedia del cine. Solo a un imbécil como yo se le ocurría que era una buena idea estropear las citas de alguien más. Sinceramente, no recordaba por qué lo había hecho. Solo el enojo que sentía. Quizá había sido por eso...

   Era la semana de Navidad. Mi padre me había dado algo de dinero para que me comprara un libro. Ese sería mi regalo. Detestaba no tener trabajo propio. No podía comprarle nada a él. Esta siempre había sido mi etapa favorita del año, pero en esta ocasión se sentía vacía. Se debía a que la muerte y la desgracia parecían acercarse amenazadoramente. Lo podía sentir y me sofocaba.

   Entré en la librería del centro comercial en el que se encontraba el cine. Allí mismo había echado por la borda cualquier clase de relación que tenía con Pequitas. Estaba furioso y frustrado conmigo mismo. Un par de acciones estúpidas y esas habían sido las consecuencias. No había manera de que pudiera disculparme si ella ni siquiera se atrevía a circular por nuestro punto de encuentro. Lo peor era que no había vuelto al centro cultural. Sabía que era su sitio favorito en el mundo. Y se había alejado de él para alejarse de mí.

    La culpa me carcomía. Y, al mismo tiempo, si eso era posible, no me arrepentía de absolutamente nada. Mi padre me había dicho, o escrito, cuando le conté todo lo ocurrido, que todo había sido culpa de los celos. Se lo había negado. Por supuesto que no era eso. Porque para sentir celos había que... y eso no era lo que yo sentía...

   ¡Tonterías! Me convencía a mí mismo de que había hecho todo aquello porque había algo en el tal Tomás que me olía a huevo podrido. Sí, era eso. Y solo estaba velando por los intereses de mi gran amiga, Elena. Esa explicación tenía mucho más sentido que la que había adjudicado mi padre. ¡Celos! ¡Bah! No conocía el significado de esa palabra.

    Revisé las estanterías. Esta era mi oportunidad. Un libro nuevo. Era todo lo que había deseado estas últimas semanas. Me relamí los labios mientras inspeccionaba los títulos. La sección de libros juveniles me llamó la atención. Esos eran los que le gustarían a Elena. Pude distinguir uno de los que la había visto llevar a nuestros encuentros en el parque la semana anterior. Aunque los clásicos se encontraban en el otro extremo del local, no les dirigí una sola mirada. Repasé con la mirada todos los títulos disponibles. Encontré uno que parecía destacar entre todos los demás. Había escuchado a Pequitas expresar una y otra vez su deseo de poder conseguirlo. Dijo que era muy difícil de encontrar.

   Antes de que pudiera dudar o preguntarme dos veces por qué rayos lo estaba haciendo, ya era mío y había gastado todo el dinero que se suponía que estaba destinado a mi propio obsequio. Cuando salí de la librería me sentí un completo inútil. Ni siquiera sabía si volvería a verla y ya le había comprado un regalo de Navidad. ¿Qué clase de persona hacía eso?

   —Una tonta, muy tonta —me respondí a mí mismo mirando con algo de recelo la bolsa que colgaba de mi brazo. Solté un prolongado suspiro.

   A pesar de que ella no aparecía, seguía yendo al parque cada mañana con esperanzas renovadas. Tal vez algún día tendría suerte y la vería acercarse a la distancia.

   Me marchaba pasado el mediodía, cuando era evidente que, si hasta el momento no había llegado, no vendría. Pasaba el resto del día leyéndole en voz alta a mi padre los clásicos que había heredado en su juventud. Disfrutaba a sobremanera escuchar esas increíbles historias. Parecía como si por un momento olvidara que estaba enfermo. Dentro de los libros podía ser cualquier persona. Un pirata, un duque, un detective.

   Cada día insistía en su libreta que quería conocer a Elena. Cada día tenía que negarle su deseo. ¿Cómo esperaba que la trajera si ni siquiera me hablaba? Él estaba de acuerdo con que había echado todo a perder. No hacía el menor esfuerzo por conseguir que me sintiera un poco mejor. Parecía ponerse del lado de ella, me hacía quedar como el villano de la historia. Comenzaba a creer que tenía razón. Me pregunta si existía la posibilidad de viajar en el tiempo. Así podría encontrarme conmigo mismo y darme unas cuantas patadas en el trasero.

Tú, yo y un libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora