11: Elena

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    Me desperté con una gran sonrisa. Era el día. Al fin. Félix cumplía dieciocho años. Era curioso que hubiéramos nacido el mismo año y con tan poca diferencia de tiempo. Diez días. Eso no era nada. Estaba emocionada. Sí, vaya que lo estaba.

    Miré el reloj. Las ocho en punto. Genial.

    Me dirigí adormilada a la cocina y me preparé el desayuno. No podía hacer absolutamente nada sin energías. Me bañé, me peiné y me dispuse a seguir con mis planes. Iba a cocinarle una torta. Él se había encargado de preparar todo para nuestra cena aquella vez, por lo que me parecía que era justo que lo intentara. Si él podía, estaba segura de que yo también lo conseguiría.

    Busqué en el celular recetas. No planeaba comenzar con nada demasiado sofisticado, claro que no. Era como enseñarle a un estudiante a construir un auto sin mostrarle, primero, cómo funciona el motor. Básicamente sabía que fallaría si me lanzaba con aires de grandeza. Por ser la primera vez, estaba segura de que un bizcochuelo sería suficiente.

    Vertí todos los ingredientes, seguí los pasos al pie de la letra, pero aun así sentía que algo andaba mal. La mezcla no tenía la contextura que deseaba. No entendía qué había hecho mal... Nada. Tendría que ver qué pasaba si simplemente la metía así en el horno.

    Estaba leyendo en el sillón cuando un aroma peculiar me invadió los sentidos. Arrugué la nariz. ¿Qué estaba pasando?

    — ¿Alguien más siente olor a quemado? —preguntó la voz de mi adormilado padre mientras se pasaba la mano por los ojos y asomaba su cabeza a través de la puerta de su habitación. Mis ojos se abrieron, y, sin siquiera ponerle el señalador a mi libro, salté del sillón. ¡El pastel! Me dirigí a gran velocidad hacia la cocina. El aroma era intenso. Estaba bastante segura de que mi primer intento de cocinar había sido un completo fracaso.

   Giré la perilla del horno y lo abrí. Una cascada de humo salió disparada en todas las direcciones. Tosí mientras sacudía mi mano de arriba abajo en un intento de limpiar el aire que entraba por mis orificios nasales.

    —Está bien, no quedó tan mal —observé tras depositar mi creación en la mesada. Estaba quemada, pero no lucía tan terrible como para declararse incomible.

   —Ahora te la comes tú. Yo no pienso hacerlo —declaró mi hermano con cara de desagrado. Evidentemente el olor había despertado a toda la casa. Ahora se burlarían de mí por siempre.

    —No te iba a pedir que lo hicieras. Es para Félix. Hoy es su cumpleaños —rechisté ofendida.

    —Vaya que estará feliz de ver lo que le preparaste —exclamó con sarcasmo—. Apuesto a que no podrá dejar de comerla.

    Lo fulminé con la mirada. Estaba segura de que, al menos, apreciaría el gesto. O eso esperaba, porque me moriría de la vergüenza si solo se dedicaba a reírse de mi patético intento, aunque sospechaba que eso era exactamente lo que haría. Era una actitud tan... Félix, que no me sorprendería.

    —Lárgate y vuelve a dormir, idiota —espeté molesta. Soltó una carcajada y desapareció detrás de la puerta.

    Puse algunas rebanadas de torta en un recipiente de plástico, y me dispuse a ponerme en marcha camino al hospital. Esperaba no pasar demasiada vergüenza a causa de mi horrible pastel, pero estaba segura de que ni Félix ni su padre habían podido encargar uno. Y, así de machacado y quemado, tal vez el mío fuera el único que podrían saborear en todo el día. ¿Qué clase de cumpleaños sería sin un pastel? Uno muy deprimente.

    Cuando llegué Félix colocó un dedo sobre sus labios, indicándome que hiciera silencio. Su padre seguía durmiendo. Era extraño. Normalmente era una persona mañanera...

Tú, yo y un libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora