8: Félix

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    Qué manera de comenzar el día. La noche anterior había sido una brutalidad extrema. Nunca me había sentido más vivo antes. Desperté tempano. Una manta en el suelo de una vieja y polvorienta biblioteca no era el mejor sitio para dormir. Sonreí al ver que no estaba solo. Elena seguía a mi lado. Como si eso fuera posible, se veía aún más adorable cuando dormía. Cielos, estaba loco por esa mujer. Nunca creí que ella sería la primera chica con la que me acostaría. Sí que había sido una sorpresa.

    Una cosa había llevado a la otra. Y, estábamos cerca. Muy cerca. Y no había podido resistir la tensión en el aire. Tenía que besarla. Y lo hice. Quizá todo lo demás fue un poco apresurado, pero no me arrepentía de nada. ¿Cómo podría? Había sido perfecta en todos los sentidos.

    ¿Qué hora era? Encontré mi celular en el suelo, en un rincón oscuro. Lo agarré entre mis manos. No recordaba haberlo tirado. Seguramente se me había caído del pantalón. Sonreí. Nada en este mundo podría evitar que fuera el hombre más dichoso del mundo. Estaba seguro de que todos debían envidiarme. Al fin y al cabo, había conseguido pasar la noche con la chica que más quería en el mundo.

    Encendí el teléfono. Mi rostro empalideció. Todo había sido mentira. Sí había algo que me sacaría esa sonrisa de tonto de la cara. Observé los mensajes. Las llamadas perdidas. Me temblaban las manos. Sentí que no podía respirar, y la sensación no era tan disfrutable como la noche anterior. Se me resbaló el dispositivo y cayó al suelo. El ruido sobresaltó a Elena. Se incorporó alerta y escaneó el sitio con confusión, como si no recordara en dónde estaba. Sus ojos encontraron los míos y me sonrió. Deseaba poder quedarme, recordarle que era la mujer más hermosa del mundo y llevarla a desayunar, pero no podía. Sabía que algo de lo que estaba sintiendo se había reflejado en mi rostro, porque su sonrisa se desvaneció y me dirigió una mirada inquisitiva.

    —Tengo que irme. Cosas que hacer —murmuré. Estaba seguro de que había sonado más cortante de lo que deseaba, pero no tenía tiempo para quedarme y asegurarme de aclararle que no debía preocuparse. Tenía que partir de inmediato. Busqué mi ropa con torpeza y me vestí rápidamente ante la atenta mirada de Elena. Quizá debía explicarle... no, no había tiempo. Ya bastante culpable me sentía por haber priorizado acostarme con ella antes que la salud de mi padre. En el momento en el que había comenzado a vibrar tendría que haber cogido la llamada. Estaba con la cabeza en otro sitio y no pude conectar el rompecabezas. Era obvio que era mi padre quien intentaba contactarme. ¿Quién más? Me sentía un inútil.

    Basta. No tenía tiempo para remordimientos o la culpa que sentía en este momento. Tenía que correr.

    Salí disparado por la puerta sin cerrarla con llave, como le había prometido a Tarso, y sin siquiera dedicarle un tiempo a Elena. En el camino deposité el llavero sobre el escritorio de la planta baja junto a la computadora. Corrí y corrí hasta mi casa. Y cuando entré, estaba vacía. No. No podía ser verdad. Sentía que el mundo se me venía abajo. Todo se desmoronaba. Tomé mi celular. Leí los mensajes de mi padre pidiendo ayuda, pidiendo que regresara. Y no había respondido ni uno de ellos. Sentí un horrible nudo en la garganta. No podía emitir palabra alguna. Luego, recordé que tenía llamadas perdidas de un número desconocido. Algo de esperanza se encendió en mí. Llamé al número de papá. No sonó en el departamento. No estaba. Suspiré aliviado.

    Agradecí haber tomado la precaución de dejar una copia de la llave debajo del tapete en la entrada y avisarle al encargado del edificio sobre su ubicación. Mi padre no habría podido levantarse por su cuenta para abrirle a los médicos.

    Que estuviera en el hospital al menos era mejor a que se hubiera muerto. Le escribí preguntándole en qué clínica se encontraba. Mientras esperaba la respuesta sentía que la ansiedad aumentaba. Necesitaba que me escribiera. Ya. Quería verlo, comprobar que estaba bien. El mensaje llegó luego de cinco minutos de pura tortura.

Tú, yo y un libroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora