Prólogo

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El universo guarda secretos al igual que la vida tiene sorpresas.

Una niña de centellantes ojos azules y dorado cabello con una franja rosa nació sucediendo un evento inesperado.
El diamante que traía su madre en su colgante brillo con gran intensidad. Sus padre sabían que lo que sucedió con ese resplandor era algo especial. A la vez que una gran responsabilidad.

– ¿Por qué ella? – pregunta su hermano mayor furioso.

– Ella tiene una misión especial.

– Pero...

–Hijo – se agacha su padre mirándolo a los ojos – No te molestes. Es tu hermanita. Debes ayudarnos a cuidarla, ¿sí? – frota su cabello cacao y se pone de pie.

Observa como su madre frota en sus manos una crema. La desliza por el mechón rosado de la bebé ocultando su color y brillo tornandose como el demás cabello.

Cuando cumplió un año de edad la enviaron a un lugar para que estuviera a salvo. La cuidaba una señora llamada Gabriela. Ahí también había otras niñas. Una de ellas era Daisy, una simpática niña de ojos verdes y cabello café claro, con la cual estrecho una amistad en poco tiempo.

A los cuatro años llegó el momento de empezar la vida escolar. La enviaron a una escuela junto a las demás. Debido a un pequeño error terminaron yendo a una escuela pública.

Anina observa un grupo de niñas amenazando a una niña bajita de tez morena clara, ojos negros y un cabello negro y brillante.

– Eres rara – apunta con su dedo a la niña intimidandola – Por eso no tienes amigos.

Se alejan del lugar. La pobre quería llorar pero ni una lágrima recorre sus mejillas más bien se quedó inmóvil con la vista vaga meditando en la experiencia. Anina se acerca.

– Hola.

– ¿Me hablas a mí?

– Sí. ¿No te gustaría jugar?

– Claro.

– ¿Cómo te llamas?

– Cindy.

– Lindo nombre.

La presento a las demás cayendoles bien.

El hermano de Anina también estaba en esa ciudad pero en busca de ella porque la odiaba. No le gustaba la naturaleza de la Tierra así que trato de destruirla pero Anina y las demás no lo dejarían ni a sus dos “amigos”. Su hermano hacia varios retos que si él ganaba haría lo que él quisiera pero si ganan ellas no haría nada, por ahora.

Cuando ya tenían ocho años, Enano; que era como lo llamaban ya que no sabían su verdadero nombre, le propuso a Anina un último reto pero solo entre ellos dos. Aceptó dispuesta a impedir sus planes.

La competencia estuvo cerrada y de último momento ganó Enano.
Anina cae de rodillas decepcionada de sí misma. La angustia y no saber que hará a otros le causaba tal dolor que comenzó a llorar. A su hermano ni le importaba.

– Al fin te gané. Ahora no podrás detenerme.

Levanta la vista con las mejillas mojadas.

– ¿Por qué me odias, hermano?

– Ya lo sabes – le responde furioso.

– No, no sé – deja caer la cabeza ya sin fuerzas de seguir mirando al frente.

La mira mientras que un sentimiento de dolor crece en él dándose cuenta de que no tiene idea de nada. Además, ella no había convivido mucho con sus padres. Al principio solo la mantenían en una habitación alimentandola hasta que dió sus primeros pasos y los enviaron a esa ciudad.
También empezó a comprender que la había hecho sufrir por años. Se arrodilla.

– Hermanita… Lo siento. He sido muy duro contigo. Desde un principio tuve que aceptar las cosas y así evitar todo esto que te he hecho... Lo siento.
Ella percibe las lágrimas de su hermano. Era nuevo verlo sensible. Sea lo que sea que haya provocado su enojo ya se había ido.

-No peleemos más, hermano. Lo único que he querido que seamos hermanos. Y... Estén mamá y papá.

Ambos se dan un fuerte abrazo.
Estuvieron unos días más en la ciudad hasta que, por fin, sus padres fueron a encontrarse con ellos.

– ¡Son mamá y papá! – exclama su hermano.

–Mis pequeños – dice su madre en tono suave y reconfortante con una mirada azul llena de felicidad.

Anina todavía perpleja y sin palabras se acerca a ellos de la mano de su hermano. Con lentitud hace que se acerque.

– Somos nosotros – su padre se agacha mirándola con sus brillantes ojos verdes.

Se lanza a él.

– ¡Papá!

Los abrazan con cariño pues, hace varios años que no los veían y había estado preocupados. Resulta que al enviarlos terminaron en el lugar equivocado del planeta.

Los demás padres de sus amigas también fueron para llevarlos de vuelta a casa.
Se abre un portal blanco y resplandeciente.

– Mamá, papá, ¿qué es eso? – Anina iba de la mano de su mamá.

– Es el camino a casa. Este mundo no es tu verdadero hogar.

– Esperen. Me tengo que despedir de Cindy.

– Lo siento, pequeña. Tenemos que irnos.

Poco a poco se acercan. Por última vez observa el mundo que fue su niñez.

Al volver descubren que eran princesas ella y sus amigas, excepto Giselle que tenía la misma edad de su hermano.
Él era un príncipe y su verdadero nombre era Eduard. Hubo una gran celebración por su regresó.
Sus padres los cuidaban con cariño y amor. Por temor a un peligro, la mantenían en el palacio y su amiga Daisy la visitaba. Aún así ella esperaba el día en que podría salir..

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