Coruña abrazaba perfectamente la mañana con un sol radiante y con nubes claramente despejadas, aunque en Galicia nunca se podía predecir el tiempo para todo un día entero. Podría decirse que hoy al menos no llovería. O eso tenía pinta.
Una mujer que rondaba los 40 años caminaba a un paso excesivamente apresurado por la acera de la ciudad. Vestía todo un atuendo de negruzcos, la falda de tubo hasta las rodillas, la americana perfectamente abotonada, las medias de cristal e incluso los zapatos eran de la misma gama de color.
Negro.
Igual que su carácter. Salvo su camisa, de color blanco, que dejaba descubierto los primeros milímetros de su pecho el cual subía y bajaba a medida que apresuraba el paso. Se la veía claramente nerviosa.Giró cuatro calles más hasta llegar a los edificios de oficinas, saludó al personal, subió al ascensor y murmuró alguna que otra palabrota por lo monótono que resultaba esto sin su pareja de trabajo. La construcción diáfana del edificio había sido una idea espectacular, y gracia a ello vio según las puertas del ascensor se abrieron, a todos los operarios de recursos humanos, auditorías, tiendas y logística, reunidos en la mesa circular del concilio que se había acordado semanas antes. Todos los asientos estaban asignados y ocupados, excepto 3 de ellos vacíos. Dos de ellos presidiendo la mesa por casa polo y del lado de uno, otro asiento.
La mujer llegó, todos mantuvieron el silencio que impregnaba respeto por toda la sala. Se acercó al asiento vacío que presidía la mesa y en el de al lado, que estaba vacío, dejó el maletín.— Estaremos hoy también sin ella,
¿no? — Inquirió Luke.— Monste, todo está bien?Ella seguido de haberse quitado la americana, cogió el móvil, tecleó unos mensajes y continuo a eso, activó el silencio y lo colocó boca abajo.
Amancio colgó el teléfonillo y echó un vistazo a su salita. El piso era enorme y casi totalmente desprovisto del mobiliario victoriano que le gustaba a su refinada hija. Sabe que la crió entre algodones, quería darle lo mejor pero también inculcarle que nada venía dado, que todo habría que ganarse. Pero eso nunca impidió que Monste Ortega se sintiese mejor que nadie por ser hija de quien era. Quizás si hubiese sido más rudo con ella en su infancia podría mostrarse más humilde y modesta, en vez de menospreciar a todo su alrededor.
Siguió caminando a paso lento, por todas partes había pruebas de las tendencias artísticas de Ambar, desde los cojines de terciopelo blancos manchados con tintes de acuarela roja, a las paredes llenas de cuadros.
En la repisa sobre la chimenea había una foto enmarcada de Montse de pequeña y al lado, otra de Ámbar. Se veía perfectamente las diferencias y las similitudes de ambas personas fotografiadas con solo observarlas, incluso tan solo con la forma de su mirada.Ahora estaba adentrado en la biblioteca, era circular, con un techo que terminaba en punta como si hubiera sido construida dentro una torre. Las paredes estaban cubiertas de libros, y las estanterías eran tan altas que había dispuesto de una escalera con ruedecillas para ir a cada intervalo. Aquellos no eran libros normales, contenían un valor claramente especial que era compartido.
En el centro de la habitación había un escritorio de madera noble acompañado de una silla de ruedas.
Amancio rió entre, se había acercado por detrás y estaba de pie allí con las manos en los bolsillos, sonriendo con dulzura.Tenía los ojos color avellana, pigmentado de azules, verdes y marrones y el pelo en ondas marrón nórdico.
Ámbar yacía sobre esa silla de ruedas, de espaldas a su abuelo, con la vista clavada en el libro que tenía en las manos.— Ratón, llamó ahora Rosa, la secretaria — pausó.— Montse quiere hablar contigo, aparte de estar furiosa.
Ratón. Era el apodo que mutuamente se tenían. Si científicamente la edad general para hablar fluidamente rondaba los 2 años, Ámbar apenas formulaba una palabra tan sencilla como "papá" con 3. Claro, eso a ojos de los demás, incluyendo a su madre. Según su madre Ámbar no comenzó a hablar fluidamente hasta los 5 años
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𝐀 𝐌 𝐎 𝐑 𝐄. [PABLO GAVI]
FanfictionA ella, le enseñaron que amar es ser destruida. A él, que sólo él mismo va a estar a su lado siempre y, que por lo tanto, no necesita a ninguna mujer. Dos personalidades extremadamente semejantes. Feroces, desafiantes y amenazadores. Ante el caprich...