Inhumano

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- ¿Qué desea?

Chiyoh se acerca a la verja con un gran abrigo de pieles, que perteneció a la madre de Hannibal. Un regalo que Hannibal le hizo hace años por haberse quedado a su lado, o así lo tomó ella. Había dejado el abrigo en su habitación, sin decir nada, y desde aquel momento Chiyoh lo había reclamado como propio. Hannibal jamás dijo nada.

- Hola...disculpe... - hacía tanto frio que las palabras morían en la garganta del joven-. Mi caballo debe haber pisado algo que le ha hecho daño...con tanta nieve...es difícil saberlo. Fíjese, cojea.

- No es de mi incumbencia. Yo tan sólo cumplo órdenes.

El joven suspira. Hannibal le observa desde lo más alto de la ventana. El joven, que se sabe observado desde hace rato, mira hacia arriba.

Debe tener unos 18 años, no más, y es un joven bien parecido. Sus rizos castaños caen sobre su frente y casi rozan sus hombros. Está delgado, pero no famélico. Su postura, como joven que es, es un grito a la vida y al futuro.

- Mi señor me ha indicado que le abra la verja, y eso es justo lo que voy a hacer.

- Se lo..agradezco

- No lo haga...se arrepentirá de entrar aquí.

El joven mira a la sirvienta extrañado. Una advertencia de alguien que vive en un enorme castillo en compañía de su señor, tal vez sufra malos tratos. Muchos sirvientes padecían ese trato por parte de sus amos, y nada se podía hacer ante eso. Los sirvientes eran considerados lo más bajo en el escalón social de la época, meros instrumentos, y los había de todo tipo: para mantener el hogar, para amamantar a los hijos, para ser meros objetos sexuales.

Will – que así se llamaba el joven – vivía en una casa pobre junto a su padre. Su madre falleció dándole a luz a él, algo muy común por aquel entonces. Pocos eran los niños que nacían y, los que lo hacían, menos todavía llegaban a la edad adulta. No eran condiciones para venir al mundo, pero tampoco existían los métodos para evitar que una mujer quedase embarazada.

Mientras Chiyoh abre la pesada puerta, que chirría, Will entra lentamente tras ella, llevando a su caballo. Sigue a la sirvienta hasta una especie de establo que hay en un lateral del castillo, no muy alejado.

Está abandonado, hace mucho que Hannibal dejó libres a los caballos porque no quería hacerse cargo de ninguna vida que no fuese la suya propia. El establo mantiene, eso sí, sus paredes y su techo, y eso ya es más de lo que Will tenía con Winston hace escasos minutos.

No es el mejor establo, piensa, pero servirá hasta que amaine este frío y viento.

- Puede dejar al caballo aquí. Usted, sígame.

- Esto...disculpe – Will habla antes de que la mujer se aleje. ¿Podría darle un poco de heno a Winston?

- Aquí no tenemos heno.

Chiyoh se da la vuelta, Will suspira. Tal vez tenga más suerte hablando con el dueño del castillo y amo de la sirvienta. Acaricia a Winston en el hocico, junta su frente en él y le promete que vendrá a verle en cuanto pueda. El caballo relincha, parece que entiende a su propietario.

Winston fue un regalo de su padre hace varios años, cuando él tenía 16. Era un caballo de tiro, ayudaba en las faenas agrícolas de un vecino que se cansó de él porque no podía mantenerlo. El padre de Will lo compró a un precio muy bajo, de no ser así nunca habría podido hacerlo. Mereció la pena ver la cara de su hijo cuando lo vio por primera vez.

Con él había cabalgado por todas las aldeas colindantes, dejando de ser un caballo de trabajo. Bastante había trabajado ya.

- No te acerques al castillo Lecter - le previno su padre al saber que Will cabalgaba examinando la zona. No te acerques, por favor hijo.

El Conde Lecter (COMPLETA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora