La fábula para niños

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Los siguientes días tras la paliza que recibió, Will se muestra distante de Hannibal, intentando no cruzarse con él por el castillo. Difícil, cierto, no pudiendo escapar como deseaba hacer.

Hannibal le deja su espacio, feliz por que el joven haga su trabajo en el establo y no haya vuelto a responderle groseramente. Piensa que al fin ha entendido cuál es su lugar entre esas paredes, y todo vuelve a tener el sentido que debe para él.

El establo está quedando perfecto, se nota que Will ha trabajado en algún momento reparando otra vivienda. Winston, el caballo del joven, ya no cojea. Además se le ve feliz en contraposición a su propietario. Hannibal sonríe cada vez que Will cabalga un poco alrededor, esa sensación ínfima de libertad en la cara del joven siempre le aporta calidez. Sentir la dominancia de Will sobre el caballo, bajo sus fuertes piernas, le provoca deseo. Si él fuese el animal....la cabalgata sería otra.

- Montas bien, Will – le dice amablemente al acercarse al establo. ¿Quién te ha enseñado?

Will no responde. Se niega a mostrar algún tipo de acercamiento por el hombre que hace días le azotó como a un vulgar esclavo. Las heridas estaban cerradas pero había movimientos que le causaban aún dolor, como por ejemplo montar a caballo. Es más el ansia de sentirse por un momentos libre lo que mueve a Will a subir sobre Winston, más que el dolor y el recuerdo de esos golpes hasta que se desmayó.

Su única alegría es su caballo, su mayor compañía en ese castillo frío y sin alma. Winston es su pequeña hoguera cuando Will se derrumba por dentro, acariciar al caballo, hablarle, ata a Will al mundo.

Quien crea que no se puede amar a un animal tanto o más que a las personas, es que nunca ha amado realmente.

- ¿Fue tu padre, Will? Hizo un buen trabajo. Aunque.... – ladea la cabeza – te inclinas hacia la derecha sin darte cuenta.

Will lo mira, colocándose delante. Si le diese la orden a Winston lo arrollaría y quizá, quien sabe, podría huir con ayuda de Chiyoh, que era la que tenía – además de Hannibal – las llaves para abrir la verja.

- Si quieres...puedo mostrarte cómo montar correctamente – continúa diciendo, sin rendirse.

Esto es lo que le falta por escuchar a Will. No contento solo con castigarle físicamente, ahora le parece correcto insultarle con su forma de cabalgar.

- Déjame en paz. No quiero que me enseñes a nada. Monto perfectamente – Will escupe la frase, odia a ese hombre.

- No lo haces mal, pero perfectamente queda lejos de la realidad, Will. Eres buen jinete, no lo niego. ¿Perfecto? No.

- Ah, y seguro que tú eres perfecto. Porque claro, todo lo haces perfecto, ¿cierto?

- Will – Hannibal borra la sonrisa de su rostro. No quiero... - no acaba la frase para no nombrar en voz alta el castigo – compórtate civilizadamente.

- ¿Civilizadamente? ¿Y me lo dices tú? – se acerca todavía más a Hannibal, que debe alzar la mirada para continuar la conversación con él.

A pesar de estar en estos momentos por debajo, Hannibal no se siente inferior. La altura le da a Will un poder ilusorio que le atrae, pero no es más que polvo entre los dedos.

- Veo que el establo está casi acabado. Enhorabuena – Hannibal se lleva la mano a la frente, tapando el sol para poder ver a Will - ¿Te dedicabas a la agricultura y también construías?

- Cuando no se tiene nada, uno aprende a ser polivalente. Pero claro, eso tú nunca lo podrás entender...señor.

Una carcajada sale de la garganta de Hannibal, sincera. La desfachatez de Will llega un punto que es tan infantil que debe reírse.

El Conde Lecter (COMPLETA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora