La sopa de gallina sedosa

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Cada día que pasa Will se siente peor. Apenas come, el trabajo le cuesta más que nunca. Dormir es algo que hizo la noche anterior de ver a su padre.

No es sólo que le eche de menos, es que teme por él y lo que hará. Su padre es anciano, pero tiene voz y la gente de la aldea le tiene en estima, son muchos años ayudando a todo aquel que lo necesitara.

Y ama a su hijo, sabiendo que está preso en el castillo Lecter.

Mi padre no lo soportará.

- Tienes que comer, Will – le dice Hannibal asomándose en su habitación. Si no comes, no rindes...y si no rindes...bueno, no me sirves de nada.

- ¿Sólo me quieres como esclavo, no? – Will apenas levanta la voz, no puede.

- Bien sabes que no. Ver cómo te dejas morir me duele. Si sigues así, tendré que obligarte a comer, a la fuerza si es preciso.

Will aparta la mirada. Cierra los ojos y juraría que sólo habían pasado unos segundos pero cuando los vuelve a abrir, Hannibal lleva un cuenco de sopa de pollo –en realidad, gallina sedosa – y una cuchara.

- Incorpórate, por favor Will – le dice con más amabilidad que de costumbre.

- ¿Qué pretendes?

- Alimentarte, ya que está claro que tú no eres capaz de hacerlo.

- No soy un niño pequeño, Hannibal.

- Tu comportamiento indica lo contrario. Así que, como a un niño pequeño, te daré de comer.

Se sienta en el lado de la cama.

- Es caldo de gallina sedosa. Es un animal de huesos negros, muy apreciado en China, utilizada con fines curativos.

- Yo sólo huelo un caldo de pollo – le dice Will, levantando levemente el labio superior. Huele muy bien.

Sentirse cuidado es algo que Will acepta, sentirse amado por Hannibal no sabe si es lo que necesita, pero ahora mismo es lo que quiere. Síndrome de Estocolmo, le llaman. El apresado amando – o sintiéndose cómodo – con su opresor.

Abre la boca y permite que Hannibal le de de comer. Es una sensación cálida, no sólo por el caldo que baja por su esófago y le mantiene caliente, la calidez se anida también en su corazón.

- ¿Sueles dar de comer a la gente, Hannibal?

- ¿A cuánta gente ves aquí? – Hannibal sonríe, mostrando sus incisivos. No, no lo he hecho desde hace muchos años.

- Tu hermana.

- Ajá – otra cucharada para Will.

- Háblame de ella.

Hannibal desea hacerlo. Los ojos, el cuerpo de Will, su boca tragando el alimento que él le proporciona: le impulsa a hablarle de Mischa. Pero no puede permitir que el dolor salga, tan bien encerrado está.

- Hoy no, Will. Acábate la sopa.

Will mira a Hannibal, leyendo ese dolor que sabe le causa pensar en su hermana. Levanta una de sus manos y la coloca en la cara de Hannibal, intentando transmitirle confianza.

- El dolor nunca debe esconderse, Hannibal. Se pudre dentro.

Hannibal mira hacia abajo, al cuenco de sopa, ya casi vacío, y sonríe ante la frase tan certera que ha dicho el joven. No sólo el dolor, todo lo que guardamos dentro acaba matándonos poco a poco. El amor, la confianza, el deseo, la motivación. Todo.

El Conde Lecter (COMPLETA) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora