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"Niños y Niñas"

Los bosques de Kanto suelen ser laberintos extensos de flora y con una fauna regularmente hostil, mas este no era el caso en los bosques que rodeaban al pequeño Pueblo Paleta, un pueblito recóndito cuya fauna se reducía a pokémon considerablemente débiles. Ratattas, Pidgeys y demás eran el pan de cada día por estos lares.

Un pequeño Pidgey que aún no aprendía a volar del todo se encontraba buscando comida por el suelo, mientras intentaba dar saltos que lo elevasen lo suficiente como para emprender vuelo. Sin embargo, sus intentos se vieron frustrados cuando escuchó un ruido muy extraño a la distancia. No era natural, puesto que no lo había escuchado nunca en su corta vida.

Siguiendo su instinto de supervivencia, el pequeño buscó refugio tras un árbol. Se asustó al ver como una criatura gigantesca —para él— caía en un arbusto cercano a su escondite. Observaba con curiosidad, mas no pretendía acercarse demasiado. Se sorprendió aún más al ver qué —o quién— emergió de entre la maleza.

Era un niño humano, aparentemente cansado por tanto correr, bastante pequeño considerando como son los adultos de su especie. Tenía un desordenado cabello negro, unos brillantes ojos café, y unas peculiares marcas extrañas en sus mejillas. El niño se levantó quejándose de la caída, mas al ver al pequeño pokémon, pareció emocionarse.

—¡Wow, un Pidgey! —el niño se acercó bruscamente, ocasionando que el pokémon milagrosamente vuele por primera vez—. ¡Oye, vuelve a...!

El niño no pudo terminar su frase, ya que otro niño había pasado por su costado, corriendo a toda velocidad, y dándole un zape al pobre distraído. Este tenía el cabello marrón y alborotado —un alborotado diferente al del primer niño, no confundir—, ojos verdes oscuros y una gigantesca sonrisa arrogante.

—¡Te voy a ganar, Ash! —se burló mientras continuaba corriendo.

—¡Gary, espérame!

Como pudo, Ash agarró carrera e intentó seguirle el paso a su amigo y rival. Ambos niños estaban compitiendo entre sí, algo muy normal entre ellos dos, puesto que se consideraban rivales de toda la vida —la cual tampoco había sido muy larga que digamos—. A veces Ash adelantaba a Gary, otras veces Gary adelantaba a Ash, esto era normal puesto que hablamos de dos niños de la misma edad con similares capacidades físicas.

—¡Verás que te ganaré! —gritaba arrogantemente Gary, algo agobiado por el cansancio—. Y cuando llegue primero, me deberás uno... no, dos... no, ¡tres! ¡Tres helados!

—¡¿Qué?!

Ash metió su mano a sus bolsillos, sin darse cuenta que al sacarlas dejó caer un pequeño pañuelo blanco con azul y una pokéball en medio.

—Ow, no tengo dinero. —dijo entristecido.

—¡Entonces me deberás helados de por vida!

~~~

—¡¿Dónde se metió ese par?! —exclamó preocupada una mujer joven, aparentemente en sus veintes tardíos.

—¡Son un dolor de cabeza! —era un hombre de similar edad a su compañera, que se llevó la mano a la cabeza para hacer énfasis en su afirmación.

Ambos adultos iban acompañados de un montón de niños y niñas mezclados, cuyas edades variaban entre los cinco, seis y siete años. Entre ellos habían algunos tímidos, otros hiperactivos, otros muy torpes, lo normal en esa edad. De entre ellos destacaba una niña, por ser la más alta del grupo, aparentaba tener una edad un poco más madura que los demás. Ella se acercó a los líderes adultos.

Éramos Niños EnamoradosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora