La audiencia

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Los simbi conectan la tierra con el cielo y el camino fue tan placentero como tal

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Los simbi conectan la tierra con el cielo y el camino fue tan placentero como tal. Un par de pasos y Jax había cruzado de un cementerio a otro. Momentos antes, sus zapatos pisaban el suelo siempre húmedo del cementerio Holt, en las afueras de la ciudad. En un abrir y cerrar de ojos, se encontró caminando las perfectas aceras de concreto que dividen las filas de tumbas en el Lafayette #1, el camposanto conocido como el corazón de La Ciudad de los Muertos.

Se encontró solo, Wedo se fue sin despedirse. Su transformación fue tan rápida como la primera y se limitó a pasar veloz junto a Jax, señalando el final del camino. El levantar de su brazo se llevó consigo la poca vida en el cementerio. Las cícadas dejaron de cantar y el viento cesó de mover las ramas de los árboles de magnolia.

Magnolia.

El blanco fantasmal y embriagante olor de pétalos abiertos a la oscuridad anunciaban lo inevitable.

Mientras caminaba, sin destino aparente, el repicar de las campanas de la catedral de San Luis anunció la medianoche. Fue entonces que se desveló el mausoleo al final del camino, la legendaria Maison de Morte, la cripta donde todas las criaturas que se allegan a la ciudad deben rendir tributo a La Dama del Cementerio.

Ella estaba allí, su exquisita forma descansaba sobre el blanco de un banco fúnebre, en el cual estaba sentada, sosteniendo un frasco de contenido luminoso. Ropas varoniles se ajustaban a sus curvas femeninas. Tez morena, cabello negro y ondulado, pechos firmes que se asomaban sobre un ajustado corsé, la única prenda femenina en su atuendo. A los ojos de cualquiera era una belleza natural de esas que se encuentran con frecuencia caminando en cualquier pueblo pequeño del sur. La diferencia radicaba en sus ojos. Curiosos, expresivos, con pupilas de un ámbar cuyo tono solo se encuentra entre lo más salvaje que tiene que ofrecer la naturaleza. Ojos que ocultaba tras gafas oscuras, por si acaso su mercurial carácter la llevaba a hacerlos arder y mostrarle a aquel que se acerca, el momento exacto de su muerte.

—Jackson —saludó casual, como si a penas le hubiese visto el día anterior—. Llegas temprano. Permíteme terminar con un par de asuntos.

Con un movimiento de su mano abrió una segunda puerta.

La cripta estaba dividida en varias secciones, de las cuales la botica era la más impresionante. Frascos de cristal y especias yacían entre muñecas de vudú, hechas de espirales de zarcillo y madera fibrosa. Se dice que en cada frasco reside un alma que ha cruzado a La Dama. Más que una bienvenida acogedora, fue una advertencia.

Tras colocar el frasco en uno de los estantes y cerrar la puerta tras de sí, se puso de pie frente a Jackson, quien no reaccionó a su teatro. Pelman se veía cambiado. No era solo el toque de Wedo. Si Brigitte se arrepintió de dejarlo solo por tanto tiempo, a merced de ángeles, demonios y su propia suerte, no era tiempo de decirlo.  

Sus manos se deslizaron por el cuello de Jackson antes de abrir los botones de su camisa.

—Últimamente, Wedo anda tomándose muchas libertades, pero me alegra ver que haya dejado mi marca sobre ti. Sería doloroso someter este pecho de nuevo a la navaja.

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