Nueva Orleans olía a muerte.
No se trataba del casi imperceptible aroma de un suicidio en potencia. En lugares como La Ciudad Creciente ese olor es dulce, con notas de una definición de romance erróneamente concebida. Era un humor amargo, implacable, que se asía a sus fosas nasales y superaba el propio deterioro que avanzaba sobre su cuerpo.
«Besos y balas» le dijo la niña, refiriéndose a La Dama, y en efecto, desde que el garou dejó de ofrecerle su protección, sintió como si le hubiesen hecho del cuerpo un colador.
Jax continuó, arrastrándose hacia el final de la Avenida Esplanade. La ciudad estaba desprovista de los taxistas usuales, a los cuales podía convencer con un poco de sugestión de llevarle a su destino.
—Maldita sea.
Su habilidad cognitiva comenzó a fallar en cuestión de horas. La presencia de Kendra Leese se desvaneció una vez puso un pie en la ciudad. No recordaba cómo había llegado a Decatur, pero su boca tenía el sabor metálico indiscutible de sangre. Seguro mañana descubrirían algún miserable muerto a orillas del río, y habría un infierno por pagar.
—¡Eh, amigo! —un policía le detuvo—. ¿Qué horas son estas para estar en la calle? Añádele sin barbijo. ¿Se te olvidó la ordenanza?
Ah, la versión moderna de la peste. ¿Cómo pudo haber olvidado eso también? Debió haber leído los carteles de advertencia al llegar a la ciudad «Zona Roja de Contagio. Cuarentena estricta a todos los residentes». ¿Hace cuánto llegó a Nueva Orleans? ¿Horas, días? El oficial de la ley se le acercó, sospechando que se trataba de un ebrio. El policía llevaba un cubrebocas azul oscuro que combinaba con su uniforme. Poco ayudó a contener la mueca de asco. Sus ojos lo dijeron todo.
El hombre sobre el cual había apuntado su linterna no solo estaba desaliñado, con un cabello rubio cubierto de pizcas de lodo. Sus ojos, alguna vez azules, estaban inyectados en sangre y una línea agresiva cruzaba de un lado al otro el iris, apagándola, como si la catarata fuese a cortar el órgano visual a la mitad.
—Todo está en perfecto orden, oficial. Voy de camino al refugio. Esta situación no es fácil para los que andamos sin hogar.
El policía asintió algo dubitativo antes de continuar su ronda.
Jax exhaló con alivio. No recordaba de donde había llegado su más reciente comida y tener que matar a un humano a conciencia le iba a provocar un problema con la verdadera ley de la ciudad, la que aplica a criaturas como él.
Llegó hasta el lugar en donde la Avenida divide el sexto y séptimo cuadrante y se desplomó a la entrada de una tienda de artículos de vudú y asuntillos de aquelarre. El impacto de su cuerpo hizo sonar las campanillas que permanecen sobre el marco de la puerta, para anunciar la entrada de clientes. Nadie respondería, pero no era importante. No se trataba de la tienda, hay decenas de ellas en toda la ciudad, vendiendo artículos fidedignos mezclados con bagatelas para turistas. Esta en particular, quedaba en la callejuela que divide los cuadrantes. Pudo haber sido una iglesia, una barra de mal a muerte o un jardín de infantes... pero estaba localizada en una encrucijada.
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Jax
Paranormal✨Historia ganadora de Premio Watty 2023✨ ✨Seleccionada como Premio al Mejor Personaje✨ Han pasado ciento cincuenta y cuatro años desde que Jackson Pelman fue convertido en un revenant por mano del oráculo de la muerte. En su eterno regresar, Jax ha...