Si el mal llevara cuentas en un diario, seguro hay cosas que Nick Rashard no escribiría en esas páginas, con tal de protegerse a sí mismo.
Para comenzar, el hombre de Cassadaga no podía garantizar ser el diablo. En algún momento, tal vez lo fue. Uno de muchos, en aquellos tiempos donde la inocencia imperaba, en esos primeros días de la creación, cuando seres dotados de inteligencia superior pensaron que regalar a la humanidad entendimiento trabajaría a su ventaja.
A veces funcionaba, otras no.
Tardó siglos en entender que la creación no era más que un reloj perfectamente diseñado, el cual, tras eones de insistencia, fue dejado funcionando y en perfecto estado por el relojero, quien confiaba que la bondad natural de la humanidad les llevaría a tomar las decisiones correctas.
No era su culpa, en realidad. Su mente estaba diseñada para ser una naturaleza angelical y como tal, se interesó demasiado en los asuntos de criaturas que no debieron ser más importantes que hormigas en un parque, aunque fuese para hacerlos marchar en dirección contraria a las intenciones celestiales.
Por más que amasara poder, nunca llegaría a tener el mismo control que el relojero. Así que se dedicó a aflojar las piezas de la maquinaria.
Durante su existencia ha tenido muchos nombres. Rashard simplemente es el apropiado para el momento. Bajo diferentes identidades, logró una cantidad de cosas y todas comenzaban de la misma manera: con una simple sugestión. La humanidad se encargaba del resto.
Un susurro basta.
Es de tontos pensar que el mal actúa a gran escala.
Un plan malévolo es como una pequeña roca que se zafa de una colina y termina causando un derrumbe. Asuntos que pasan desapercibidos: un caso de ira que dure más allá de la puesta del sol fácilmente puede convertirse en un asesinato, una desavenencia sobre territorio, en un conflicto armado. Y cuando uno quiere divertirse a lo grande, es cuestión de encontrar las ratas adecuadas en la arena política, dispuestas a defender la posesión de armas más allá de la razón, tomarla en contra del matrimonio igualitario, legislar a las mujeres desde sus entrañas, o a abanderarse con una obsesión nacionalista.
Véase el ejemplo ilustrado del sur de los Estados Unidos de América. Ciento cincuenta y tantos años resbalando en el mismo aceite.
A pesar de que, sin duda alguna, estaban pasando otros eventos a nivel global; asuntos que profetas llamarían apocalípticos, Nick Rashard tenía un par de pendientes que le llamaban la atención lo suficiente como para permanecer en suelo norteamericano.
El más importante: la anteriormente mencionada calidad cíclica de la experiencia. Estados Unidos es uno de los pocos países en el mundo con una extensión de terreno de proporciones obscenas y tal vez el único que, a causa de ello, piensa que puede vivir independiente del resto del globo. (Bueno, cuando necesita algo, uno que otro político que hace palidecer al diablo con su plataforma declara que es hora de repartir libertad). En fin, esta terquedad encapsulada provoca que, cada tanto tiempo, el caos se convierta en constante. ¿Qué queda por decir? La situación política en los Estados Unidos es el tipo de diversión orquestada y perversa similar a la que disfrutan los meteorólogos sabiendo que año tras año, habrá temporada de huracanes.
La más reciente obsesión sureña se había transmutado a gorras rojas en las cuales se pedía a viva voz volver el tiempo unos cincuenta años, o algo por el estilo. Esto sumado a la negación de la ciencia al punto de suponer que medicina para desparasitar caballos era más recomendable que una vacuna. ¿A quién no le gusta el circo? El diablo, sin duda, aprecia los animalitos.
La segunda era un poco más mundana, producto de años de mezclarse con humanos.
A Nick Rashard no le gustaba perder y ya había suficientes canciones folclóricas sobre sureños burlando al diablo, como para añadir otra al repertorio.
Su historia con las brujas Devereaux comenzó en Francia y con todo gusto la hubiese dejado de ese lado del Atlántico, pero mantener la ilusión de libertad para sus cautivas, terminó arrastrándole a un mundo nuevo. Manejar un entorno inesperado no le fue difícil. Tratar un sentimiento el cual nunca había experimentado fue algo tan fascinante como en cierto grado peligroso.
Magnolia.
Estaba seguro de no ser el único que hacía una pausa en su día para pensar en ella. Lo que no tenía claro era la razón para darle tan merecido espacio.
Debió haberla dejado morir, o al menos, debió haber acabado con ella en esos momentos en los que, confundida, se desconocía a sí misma.
Pero entonces, ocurrió un milagro.
El idiota de Sage pudo dudar de que fuera tal, por cuestión de suponer que los milagros solo ocurren a favor del cielo. Rashard no iba a corregirle.
El hombre de Cassadaga estaba desmoralizado y derrotado. Se encontró falto de una bruja cuyo poder se cultivó por siete generaciones; perdió la batalla por Nueva Orleans por causa de Brigitte del Cementerio y la voluntad obstinada de una niña a su servicio. Y entonces, de la nada, en medio de ese eterno tedio de lo habitual, escuchó la voz de Magnolia Devereaux.
No pudo dar crédito a sus oídos, tanto así que se negó a moverse de su silla hasta que ella le demostrara que tan corrupta estaba su alma. Cuando la bruja puso ante él razón suficiente como para hacerle regresar a Savannah, Rashard decidió ponerla a prueba por última vez. Restauró su cuerpo y reforzó su mente. Quería estar completamente seguro de que Magnolia estuviera en sus cabales cuando le propusiera ser su amante.
Era la última prueba, la oportunidad de ver un asomo de pánico, un rastro de lo que fue.
En lo que solo puede describirse como una sorpresa, ella se abalanzó sobre él, requiriendo el fervor que demanda una diosa. Un par de besos y, como si estuviera atrayendo a su cama a un hombre cualquiera, guio sus manos, perdidas entre las ondas de su cabello, dándole el permiso de explorar sus hombros, sus pechos, su vientre, sus caderas.
Le dio entrada a su mundo mientras sus labios suaves besaban su piel, haciéndole arder. Rashard trató de reír ante la idea, únicamente para encontrarse preso de esos labios, de esas uñas que dejaban rastros en su espalda cada vez que se encontraban piel con piel.
—Esto no es lo que tenías planeado para mí, o al menos, no la suma del todo —la bruja le dijo una tarde, mientras se estiraba entre las sabanas revueltas—. Si bien me has favorecido, placer puedes conseguir en cualquier lugar. En algún momento vas a pedir algo de mí y no soy de acumular deudas. Hagamos algo. Voy a poner en tus manos una nueva bruja. Así estaré en posición de ser quien pida algo a cambio.
—¿Qué pedirás, Magnolia?
Devereaux murmuró algo a su oído, tan experta como cualquier demonio.
El diablo nunca se sintió más satisfecho...
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Jax
Paranormal✨Historia ganadora de Premio Watty 2023✨ ✨Seleccionada como Premio al Mejor Personaje✨ Han pasado ciento cincuenta y cuatro años desde que Jackson Pelman fue convertido en un revenant por mano del oráculo de la muerte. En su eterno regresar, Jax ha...