—Esa es una pregunta muy estúpida, —respondió Thomas, que se vio atrapado antes de resolver las dudas que tenía sobre su amigo—. Vamos, Adam, hazme otra.
—No, —la severidad en su voz dejaban en claro que no le interesaba cambiar de tema, y que no lo haría tan fácil—. Thomas, me dirás ahora lo que quiero saber, es algo muy importante.
Ninguno se percató de que su charla que, poco a poco se convertía en una discusión, había logrado despertar a Mateo.
— ¿Sabes algo? —inquirió Thomas, ya molestó por la vía que la conversación había tomado—. No tengo que responderte nada.
»Será mejor que regrese a mi propia cama, —dijo, y se levantó sin ganas de seguir con la charla.
— ¿Qué ocurre aquí? —Preguntó Mateo sin entender lo que pasaba. Sin embargo, ninguno de sus compañeros le prestó atención.
—Solo quiero protegerte, —Adam alzó su voz y sus lágrimas se desbordaron, como pequeñas gotas de lluvia, las cuales nadie pudo notar por la oscuridad que los arropaba. Más que un grito, aquella era una frase angustiante; como si las mismas palabras que la conformaban, le suplicaran a Thomas que no se alejara.
— ¿De qué hablas? ¡Mírate! —Le respondió con desprecio y, aunque en el fondo no quería hacerlo, sabía que la manera de librarse del tema era ser despectivo con Adam; solo que no pensó las palabras que usaría, ni mucho menos el impacto que estas tendrían—. Ya no soy un niño, tengo doce años y puedo protegerme solo.
»Y sobre todo, no necesito que alguien como tú se preocupe por mí, pues todos sabemos que siempre has sido el más débil y cobarde de nosotros. Tú solo eres una carga para el equipo.
— ¡Thomas! —Fue allí, que harto de la discusión y encolerizado por la actitud tan altanera de su hermano, Mateo alzó su voz para evitar que las cosas fueran peores.
Los tres estaban conmocionados. Adam solo se recostó y les dio la espalda. Thomas salió de la habitación seguido por Mateo, pues el chico quería evitar a toda costa cualquier confrontación.
Llegó hasta el ascensor y presionó el botón que daba al subnivel cinco. Mateo tuvo que usar sus habilidades para alcanzarlo antes que la puerta del elevador se cerrara.
Una vez dentro, ambos no dijeron ni una palabra por varios minutos. Llegaron a su destino y Thomas se dirigió a la cocina, pues aprovechó la oportunidad que, dada la hora nadie lo encontraría allí.
Encendió la luz y fue hasta uno de los cajones, sacó una caja de galletas, se sentó en el suelo y se dispuso a comerlas. Mateo solo lo siguió y se situó a su lado. No fue hasta, segundos después, que Thomas se hartó del silencio entre los dos y habló.
—No digas nada, —le dijo con galletas aún en su boca—. No quiero que me recalques el error que acabo de cometer.
—No lo iba a hacer, —Mateo pensó por un instante lo que diría, ya que sabía cómo tratar a su hermano en esas circunstancias—. ¿Por qué dijiste todo eso, si ambos sabemos que no es lo que piensas de él?
—No lo sé, —le contestó, tragó en seco y por un momento pensó en alguna respuesta coherente, pero llegó a la conclusión que, cualquier cosa que dijera sonaría como a una excusa—. Supongo que no pensé bien lo que le diría.
—Creo que ni siquiera pensaste en cómo reaccionaría.
—Dios, —tiró el paquete de galletas y se fijó en cómo estás se esparcían por el suelo, suspiró y se cubrió el rostro con sus manos, pues sentía que podría llorar en cualquier momento—. Soy un idiota.
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ARMAGEDÓN
Science FictionAl reencontrarse con Adam, Thomas Hoffman deberá prepararse para luchar y defender su planeta; de la amenazante llegada de los visitantes espaciales. 👽 Thomas nunca se imaginó que, la llegada de un fantasma del pasado llamado Adam Blum; alteraría s...