👽 Los Perdidos: Segunda Parte 👽

679 17 21
                                    

Los pasos galopantes de Orión le permitían a Michael atravesar el bosque sin perder de vista a la nave. El chico conocía el camino a la perfección por las veces que la había transitado, y continuaba con la sensación de que aquello era una carrera que no acabaría aun.

Anduvo sin parar hasta llegar a una quebrada, un lugar a lo alto de las montañas iluminado por la luz de la luna llena. Michael veía como la nave lo cruzó hasta sin inconvenientes, alejándose cada vez más.

—Vamos, Orión, por aquí. —Con la ayuda del correaje de la montura, se desvió a un pequeño camino poco transitado.

El pasto era más alto, los árboles tenían su tronco más grueso y rustico, con cada paso que daban se alejaban del pueblo, de su hogar. De un gran salto cruzaron un rio que dividía el camino y corrieron sin parar, pues la motivación del chico era rescatar a su hermana.

De pronto, su caballo se detuvo de la nada como si algo lo hubiese asustado; Michael intentó tranquilizarlo sin embargo, una extraña niebla dificultó su visión al opacar la luz nocturna. Buscó entre sus bolsillos una linterna y, luego recordó que la había dejado dentro de su bolso, el cual se quedó en su casa justo antes de explotar.

Los únicos objetos que llevaba consigo eran el crucifijo, el relicario y el sobretodo para cubrirse del frío. Continuó a paso lento y seguro, no quería tener un accidente en ese lugar y a altas horas de la noche.

Su sentido le advertía que tuviera cuidado, pues algo le decía que no estaba solo en ese lugar. Él tuvo una idea que, para muchos sería algo estúpido.

Con pavor tomó sus collares con su mano izquierda y los apretó, lanzó un silbido al aire con la esperanza que nada respondiera. Silencio, por unos segundos fue lo único que obtuvo, hasta que la nada le contestó; de la misma forma que el silbó alguien más lo hizo.

Se escuchaba lejos, en algún lugar del bosque había algo, y ese ser sabía que el chico estaba allí. A pesar de que pudo detenerse no quiso hacerlo, Michael lanzó otro silbido, un tercero y hasta un cuarto.

Todos fueron correspondidos, con la diferencia de que a la cuarta vez, el bosque repitió los silbidos desde el primero hasta el último, creando una especie de melodía; fúnebre e hipnótica, atrapante pero tétrica.

Su miedo lo dominó y quiso regresar, solo que al girarse notó que el camino estaba bloqueado por las ramas de los árboles.

«¿Qué significa esto?» Pensó. «Estoy seguro de que fue por ahí que llegué hasta este lugar».

Recordó la razón de estar allí y, sin perder el tiempo, se armó de valor y cabalgó hacia el interior del bosque, a lo más profundo de las montañas.

Ninguna excusa era suficiente para detenerse, debía rescatar a Melisa y regresar a casa. Ya no sabía si la melodía venía de lo profundo del bosque o si su propia mente lo torturaba.

De la nada distinguió una luz amarilla a la lejanía, y avanzó hasta ella. Al acercarse lo suficiente, la música se detuvo y se dio cuenta que la luz provenía del interior de una casa de madera, que se filtraba por la ventana y escapaba a las afueras del bosque.

Detuvo a Orión y lo amarró a una columna de madera que se hallaba a un lado de la casa. Miró por la ventana, vio parte de la sala y la chimenea encendida.

«Que confuso», concluyó. «El camino que no recuerdo del todo; la melodía extravagante que tal como apareció, desapareció; y ahora esta casa la cual nunca había visto».

Caminó hasta la puerta y la golpeó con fuerza, con la esperanza de encontrar a alguien; en vez de eso, esta se abrió por su cuenta. Al hacerlo, Michael llegó a tener la sensación de que la casa lo llamaba.

ARMAGEDÓNDonde viven las historias. Descúbrelo ahora