👽 El Inicio del Fin: Segunda Parte 👽

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Los años pasaron hasta que el 2019 llegó. Todos dejaron atrás esa noche y la clasificaron como un mal recuerdo, uno que se perdía en el tiempo sin dejar rastro ni tener el poder de atormentar a nadie.

Ahora, con doce años, los chicos entrenaban bajo las órdenes directas de Williams y Misha.

Williams se encargaba de su entrenamiento físico, Misha los orientaba con en su entrenamiento mental y de sus habilidades que, poco a poco se manifestaban.

Todos hacían lo posible para dar lo mejor de sí y querían enorgullecer a sus padres, pues las muertes de Tadeus, el padre de Thomas y Mateo; y las de Liliana y Jonathan, los padres de Natalie y Madison los habían afectado mucho.

— ¡Hemos terminado por el día de hoy! —Les gritó Misha desde una torre de vigilancia—. ¡Diríjanse a las duchas!

Obedecieron sin rechistar, se separaron para ir a los vestuarios correspondientes y dejaron la ropa en los cestos de la lavandería.

Media hora más tarde, los seis cenaban y charlaban sin parar. Cada vez eran más unidos y se divertían mucho, les alegraba tenerse cerca pues eran los únicos niños en las instalaciones.

Aunque todos reían, Thomas notó que Adam no se veía tan animado como de costumbre, todo lo contrario, pues ya llevaba una semana con el ánimo un poco decaído.

Mientras los chicos se hallaban en el subnivel tres, Abraham se sentía atrapado en el subnivel nueve con algunos documentos que redactar sobre el avance del grupo.

El lugar estaba oscuras, con la pantalla de la computadora como única fuente de luz. Escuchó un ruido preveniente del pasillo, creyó que serían los niños que querían jugarle una broma.

— ¡Ya sé que están allí! —Gritó sin apartar su vista del monitor—. ¡Niños, salgan! No les funcionará esta vez.

La única respuesta que obtuvo fue el leve sonido de los pasos de alguien que se acercaba cada vez más.

Se levantó de su asiento, con cuidado de no hacer ningún ruido. Se ocultó en un rincón oscuro entre la entrada y el muro y esperó a que, quien estuviera afuera abriera la puerta y entrara.

Un sujeto con un impermeable negro entró, estaba empapado y algo sucio por la lluvia. Abraham supo que era un hombre por su físico.

El sujeto llegó al escritorio y se sitió frente al ordenador, al quitarse el gorro que lo cubría dejó su rostro al descubierto.

— ¿Jonathan? —Habló Abraham que se dispuso a salir de su escondite—. ¿En verdad eres tú?

El hombre miró a su viejo compañero con pavor por dejarse descubrir tan fácil.

— ¡Joder! Sí eres tú, —habló Abraham, que se puso feliz de ver a su viejo amigo con vida y se acercó para estrecharlo entre sus brazos—. No lo puedo creer, yo...

Jonathan sacó una pistola y la apuntó en contra de aquel sujeto. Abraham se paralizó en el acto sin entender el porqué de su actitud.

—Con cuidado, cerrarás la puerta y no gritarás para pedir ayuda. —Le ordenó Jonathan, con una voz seria sin dejar de apuntarle en ningún momento—. ¿Qué tal, Abraham? Quise visitarte saber qué tal la llevas con las nuevas habilidades que has obtenido.

— ¿De qué hablas? —Inquirió molesto por la actitud que aquel sujeto le mostraba—. Sabes que nuestra salud ha decaído desde hace tres años.

—Vaya, —el tipo suspiró aliviado, por la respuesta que le habían dado—. Es bueno saber que aún eres el mismo idiota de siempre.

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