I - El Encuentro

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Mientras Nícolas dormía con la cabeza enterrada en la almohada, el despertador de su tele móvil empezó a tocar un rock duro, a toda pastilla, haciendo que saltase de la cama asustado. Miró la hora:

— ¡Vaya hombre! Esa manía de dormir tarde solo me fastidia.

Se duchó rápidamente, se cepilló los dientes y se puso una ropa cualquiera sin mirar si combinaba. Pasó disparado por la cocina, dándole tiempo solamente para tomarse un vaso de leche y darle dos mordiscos al bocadillo preparado por su madre. Le mandó un beso y salió corriendo, como siempre, para coger el autobús a tiempo de llegar a la clase.

— ¡Hijo, espera! Tengo que hablar contigo — le gritó su madre, pero él no podía hablar a aquella hora. No si quisiera entrar en el autobús. Por la noche si no se olvidase, le preguntaría lo que quería.

Ya en dirección a la universidad, en medio del barullo del personal, el muchacho pensaba que sería un lunes aburrido, con las clases de siempre. Creía que nada diferente iba a pasar. Pero Nícolas ni imaginaba cómo su vida iba a cambiar...

Sin hacerle caso al barullo, empezó a leer un libro sobre astros y supernovas. Encantado por las estrellas, física y astronomía, tenía un ideal casi romántico, pensando en el cielo como un lugar de infinitas historias y posibilidades.

Era un joven soñador, como muchos por ahí. Le gustaban la física y la astronomía. Quería ser un gran físico y descubrir los secretos del universo. Cuando Nícolas observaba los cielos por la noche, parecía que las estrellas le llamaban a su encuentro y él, a veces, sentía un escalofrío, como si fuese tocado por aquellos astros o si su cuerpo quisiera viajar, contactar las estrellas.

No había duda, a él le gustaba eso. Por eso estudió mucho y consiguió cursar Física en la Universidad de California, en Los Ángeles, ciudad en la que vivía. Pero el chico también sentía un gran vacío en el corazón, principalmente cuando desde niño veía a los amigos paseando con el padre, la figura que no tenía en su vida.

Su madre hacía el papel de los dos desde que el marido desapareciera antes incluso de que él naciese.

El joven bajó del autobús y entró en la facultad. El campus estaba abarrotado, alumnos y profesores caminaban por todos los lados para llegar a las aulas. Ya en la entrada, el chico encontró a su amigo inquieto Sánchez, un mejicano naturalizado americano. Este hablaba la lengua inglesa con perfección, pues viviera la mayor parte de su vida en los Estados Unidos.

— Hola Nick. ¿Qué pasó cuate? Hoy vamos a conocer la nueva disciplina; aquella asignatura para la que nos inscribimos al principio del semestre, ¿te acuerdas?

— Claro, amigo. Este curso tardó tanto para empezar... Ya estaba pensando que había sido cancelado. Estoy ansioso... Dicen que vamos a estudiar las profundidades del Universo.

De repente, Sánchez estornudó. Sacó algunas vitaminas de su mochila y se las tragó con un sorbo de agua.

—Tengo la gripe de nuevo.

—Necesitas cuidarte, amigo.

— ¿Y tú? Nunca te he visto enfermo, ni siquiera con gripe.

— Yo tampoco recuerdo haberme enfermado. Encuentro esto extraño.

El amigo comenzó a observar a los estudiantes que pasaban por el lugar y cambió de tema.

— ¡Hermano, cuantas chicas guapas! Esta vez, te conseguirás una novia.

— Espero que si. Sabes lo difícil que es sacar una palabra de mi boca en el momento adecuado.

— Te ayudaré.

Los Hijos del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora