II - La Cabaña

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Ahora el chico tenía un motivo más para frecuentar las clases: Zara. Estuvo la semana entera intentando hablar con ella. Incluso se veían todos los días, sentados uno al lado del otro, pero a la hora de entablar conversación, Nícolas enmudecía... Las frases quedaban confusas en su cabeza, las manos le sudaban, el corazón se le aceleraba. Sus pupilas se dilataban y de tanto que la miraba, sin darse cuenta, empezó a repetir los gestos de ella.

Ella descansaba la mano por debajo del cuello y el joven la imitaba. La chica se frotaba el ojo izquierdo y así hacía él también; ella sonreía y el joven enseñaba los dientes, torpemente.

Zara, con el dedo índice izquierdo enrollaba sus rizos de cabello rojo y el joven se ponía el dedo también en el pelo hasta darse cuenta de que no tenía el tamaño del de ella. Fue esta la forma que, casi sin pensar, Nícolas utilizó para llamar la atención..., pero, en su timidez, acababa haciendo papel de payaso, haciéndola sonreír, cada vez, con aquella inusitada situación.

El muchacho bien que intentaba invitarla a salir o entablar una conversación, pero a la hora H se silenciaba. Sánchez, viendo todo el esfuerzo de su amigo, intentaba darle fuerza. Pero, de todas maneras, era imposible para él no divertirse con la situación.

— ¡Por el amor de Dios, mi cuate! Habla ya con esa mujer, si no yo mismo voy y le digo que tú quieres salir con ella.

— ¡No lo consigo, tío! No me sale una palabra...

Sánchez sonrió, burlándose del amigo.

— Si quieres voy en tu lugar y le doy un toque a la chamaca.

— Calma Sánchez, en el momento apropiado lo conseguiré.

— Ya... ¡Está bien!

Y los días pasaron, mientras el joven pensaba en Zara la mayor parte del día y de la noche. Reflexionaba sobre las frases que ella susurraba de vez en cuando, cerca de su oído e intentaba encontrar un sentido en lo que ella decía, pero en su mayor parte él no la comprendía.

— Nick, todo lo que estás viendo ahora va a cambiar. Quiero que veas el mundo real a través de mis ojos — dijo Zara, en una de esas ocasiones.

Era como si cada frase fuese un enigma, dándole un aire misterioso a aquella chica, que era el sol de su planeta desde la primera vez que Nícolas la vio.

El fin de semana llegó y el joven fue a dar una vuelta en bicicleta. El chico hacía eso casi todos los días, pues necesitaba del contacto con la naturaleza para despejarse un poco.

Se sentía libre, con el toque del viento en el rostro; le gustaba el aroma de la mata en los senderos por los que pasaba. La libertad de sentirse solo, en contacto con el planeta, remitía sus pensamientos a las estrellas. Conseguía imaginarse a sí mismo como un punto andando con su bici en la gran esfera terrestre envuelta por la materia oscura del Cosmos.

Sin que él se diera cuenta, había un pequeño objeto plateado redondo volando alto en el cielo, como un dron que parecía estar mirándolo. No era similar a ninguna tecnología humana.

Durante su paseo, vio una cabaña de madera rodeada por algunos árboles. Bajó de la bicicleta y sintió curiosidad por aquella construcción, que parecía abandonada. Había un porche con un parapeto delante que se seguía de un portón de madera roto, dos ventanas de roble lado a lado envolviendo una pequeña puerta de color marrón y otro piso superior cubierto con un tejado antiguo.

El joven percibió que no había nadie en la casita. Sintió ganas de entrar, pero por recelo prefirió continuar pedaleando. En el sendero, había un césped. Decidió tumbarse un poco por allí y se quedó imaginando una escena donde él finalmente conseguía hablar con Zara. Ella aceptaría salir con él y en la primera cita se besarían, intensamente.

Los Hijos del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora