VII - La Evolución

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Sivoc sabía que ellos no podían quedarse allí por mucho tiempo. El peligro les acechaba en más de una forma y era necesario pensar en un lugar seguro para quedarse. Los gobiernos de la Tierra estaban ávidos por capturarles de ojo en los avances tecnológicos que tenían.

Mientras Sivoc, Drako y Tíbor dialogaban sobre la mejor estrategia para protegerse, Nícolas y Zara se mantuvieron apartados de la discusión, que no era de la alzada de ninguno de los dos.

— ¿Nick, vamos a la enfermería? Me gustaría examinarte, ya que te has sentido mareado algunas veces aquí en la nave. Como sabes, soy la médica de esta misión.

— Muéstrame el camino. Estoy perdido en esta nave.

Entraron por una puerta en la pared. El muchacho pudo ver un pasillo con luces blancas, indicando el camino, en el suelo y techo. Luces azules envolvían las paredes de un material vítreo, de donde era posible observar el Cosmos allá afuera. Las galerías eran largas y había muchos cruces que llevaban a lugares que él ni podría imaginar. Zara paró frente a una puerta y esta se abrió.

Habían llegado al Centro Médico. El lugar tenía las paredes blancas y un total de diez lechos, dispuestos lado a lado. Dos enfermeras, también con una apariencia humana, estaban en la sala y salieron cuando Zara las miró. Ella necesitaba conversar con Nícolas a solas, por eso le llamó a un lugar reservado.

— ¿Entonces, doctora Zara, vas a examinarme? Antes eras una estudiante en mi facultad. Ahora eres la médica responsable por una nave espacial... Cómo las cosas no son siempre lo que aparentan, ¿verdad?

— Nick, ya sé que estás bien — ella miró hacia abajo buscando palabras. — Incluso yo, en tu situación, me sentiría con vértigo. Vosotros de la Tierra ni siquiera sabéis que existe vida en otros planetas y va a tardar algunos años para que creáis en eso. Pero... quería decirte que, sobre nosotros dos...

Él la miró ansioso.

— Lo que sentí en los momentos en que estuvimos juntos fue verdadero. Haría todo nuevamente para estar junto a ti. Nunca sentí nada parecido por nadie en mi vida y te agradezco por haberme permitido conocer el amor, esa cosa tan especial, que pocos tienen la oportunidad única de vivenciar durante la vida.

— No sé qué pensar...

El joven no estaba seguro de si lo que ella decía era verdad. Ni siquiera sabía si Zara era lo que realmente estaba viendo allí, en aquel instante. Sin embargo, aquella boca nuevamente le encantaba, moviéndose en cámara lenta. El cabello pelirrojo de ella cayéndole sobre la frente, su postura de mujer que sabía lo que quería de la vida. Son cosas como aquella que un joven busca todo el tiempo.

Nícolas observaba la ropa blanca, pegada a su cuerpo, mostrando la silueta perfecta. Zara, para él, no tenía defectos, por eso era tan difícil resistirse a ella. Era una chica inteligente, bonita y dotada de la sensualidad que el joven siempre soñó encontrar en alguien.

Poseía atributos que él tal vez jamás encontraría en otra muchacha. Y aún había su perfume predilecto: el aroma de jazmín que ella usaba en la medida justa.

Fue por eso que, después de oír aquella declaración de amor, Nícolas se acercó a ella, un poco tímido como siempre, y la besó, eliminando toda la falta que sentía de los encuentros en la cabaña. Se perdió en la miel de los labios de Zara.

— Nick, amor mío. Confía en mí. Yo te cuidaré. Tengo mucho que explicarte, pero lo haré en el momento apropiado.

— Zara, tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. No sé aún quien eres, pero dejo que mis instintos me guíen y espero que ellos tengan razón.

Los Hijos del TiempoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora