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En la habitación sólo había cuatro personas aparte del enfermo.

Magnus, Ragnor, Jace e Izzy.

Ninguno de estos cuatro había querido apartarse de Alexander y alegaban que ya eran suficientes los demás buscando algo útil que ayudara a comprender el estado del señor vampiro.

Magnus estaba inquieto, sintiendo lo que su pareja y eso lo hacía peor, porque quisiera ser él y no su bello ojiazul el que estuviera en la cama, postrado, dormitando, quejándose entre sueños.

Hace algunas horas que Alec empezó a gimotear, a sujetar su estómago, a revolverse en la cama, le duele, Magnus puede sentirlo, duele mucho, pero nadie sabe que hacer, cómo proceder y eso los está matando.


- Debemos hacer algo ya.


Dijo cansado y desesperado.


- ¿Que sugieres?

Preguntó mordaz el rubio.

- No será...


La frase murió en los labios de Ragnor.

- ¿Qué? habla Ragnor, cualquier idea es valida.


Lo impulsó su líder.

- Tal vez, tiene hambre.

Dijo así de simple.


- Le dimos sangre hace pocas horas y la vomitó toda.

Cortó Isabel.


- No, no sangre, Si está volviendo a la vida ¿no crees que le haga falta comida de verdad?


Eso no lo habían pensado.


- Aquí no tenemos eso


La hermana declara


- Ve por comida Ragnor




Magnus abre un portal y el lobo lo atraviesa rápidamente, no pasa mucho hasta que vuelve con un plato de tocino, carne, filete, salchichas.

En el momento en que el olor a comida inunda la habitación y cierta persona lo respira, el plato es arrebatado de la mano del lobo y la persona lo devora en segundos haciendo sonidos de placer.

Todos ven pasmados al que hasta hace unos segundos había estado quejándose acostado en la cama y ahora está de pie a un metro del lobo con el plato vacío.


- Quiero más



Se abre un portal y el lobo vuelve con más comida y jugó de naranja.

Los cuatro observan al vampiro consumir todo con desesperación.


- Su pulso se estabiliza.


Es lo que nota Jace



- Retoma el color



Izzy observa su rostro.



- Ya casi no le duele.


Magnus siente por el enlace.

Alexander está pensativo, con la mirada perdida y la mano en su vientre, meditando que se necesitará para que deje de doler por completo.

La respuesta llega cuando el Alfa eleva su mano quitando distraidamente un mechón de cabello que estorba.

Su vista se clava en las perfectas venas por donde circula esa exquisita sangre, líquido carmesí que le llama con un canto exótico digno de una sirena y cuál marinero Alec se pierde en la canción.

Creador de Razas (MALEC)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora