Capítulo 1

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VIOLETTA

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VIOLETTA

Mamá siempre me decía "si tú la cagas, ya ni llorar es bueno, mi cielo".

Pero resulta que me valió madres y lloré un par de semanas, porque yo soy más de decir que para pendeja no se estudia y el último año me vi demasiado experta en meter la pata hasta el fondo yo solita.

Es que solo a mí se me ocurre confiarle mi dinero a un cabrón... aunque, bueno, Lizardo no era un cabrón hasta el mes pasado.

Lizardo, espero que alguien te dé un buen golpe en el pene y no puedas tener descendencia, cabrón.

Sin embargo, no puedo negar que es mi culpa que las cosas pasaran así. Quizá este desastre que es mi vida ahora habría sido evitado de no ser porque amaba tanto a Lizardo que mi puta clave de la tarjeta era su fecha de cumpleaños y se la dije una tarde en la que me dio flojera ir yo misma al cajero a sacar dinero.

¿Qué sería de mi vida sin ese error? A lo mejor estaría superando mi ruptura en la playa, disfrutando de un buen trago de los caros, bailando como si mis pasos fueran los mejores o comprando ropa bonita.

Y no metida en una clínica de reproducción con la vagina al aire mientras un doctor extrae mis óvulos para embarazar a otras mujeres porque mi novio me dejó y me robó todos mis ahorros.

Tener hijos es algo que planeo hacer algún día. Cuando tenga estabilidad económica de nuevo, tal vez vuelva por acá, supongo, no obstante, imaginar que, en algún punto de la vida, alguien tendrá hijos con mis genes, me hace sentir extraña.

Ah, pero necesito dinero, y otra opción que me dé esa cantidad que me ofrecen ahora por venderles mis óvulos, no tengo. Por lo que me dejo llevar con la idea que mis óvulos le darán esperanzas a parejas que quieren ser padres y de algún modo u otro no pueden.

—Te dije que, si no te firma un acta de matrimonio, no le confíes tu dinero. —Recuerdo a Marina diciéndomelo mientras que yo lloraba y gritaba mil maldiciones en el baño del bar al descubrir que mi tarjeta estaba vacía y no podría pagar la cuenta—. Tu vagina sí, pero no tu dinero.

—Y mi vagina ya no la quiso el maldito desgraciado. —Lloré más fuerte y le pedí que habláramos de otra cosa o que volviéramos a casa.

—Debí comprarte un vibrador de diez velocidades en lugar de llevarte a esa fiesta donde lo conociste —agregó al final y yo me reí entre lágrimas.

Ella pagó nuestras bebidas esa noche y yo me sentí muy avergonzada. Sí me llevó a casa cuando me calmé y dormí tranquila. Obvio la tranquilidad me duró tan poco porque en la mañana volví a llorar al ver el primer aviso de desalojo pegado a mi puerta, y, no conforme con eso, ya no tenía ni agua ni luz porque Lizardo incluso me había mentido con lo de pagar esos servicios puntualmente cada mes.

Maldito desgraciado, hijo de su criticona madre.

Cuando me llegó el segundo aviso, Marina me ofreció quedarme en su casa pero justo vimos el anuncio de la clínica de reproducción en el periódico, Marina hizo una broma que tomé como buena idea y le dije que lo haría porque me negaba rotundamente a que ella me siguiera pagando mis necesidades básicas. Por fortuna, hoy le pago hasta lo de la dieta que me impusieron previa al procedimiento.

Desliz en camino© [Ya en físico]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora