Dos hombres.
Dos corazones totalmente diferentes.
Dos formas de pensar únicas.
Y un mismo destino, uno oscuro y profano.
Uno de ellos ganó un alto puesto en la cadena de liderazgo. Mientras el otro, ganó un peón al que manipular, pero...
¿Y si este...
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Barcelona, España. Presente Día.
—Hogar, dulce hogar... —Musitó Dante en cuanto el coche en el que iba, pasó por el arco que daba a su casa.
Dos grandes puertas de acero se cerraron detrás de ellos, haciendo un grotesco ruido. El chofer condujo por el camino rodeado de árboles y campos hasta que un kilómetro después, se alcanzó a presenciar la gran casa del chico.
Las paredes exteriores eran de mármol blanco cincelado. Se elevaban columnas a los costados de la casa que sostenían los balcones y los pesados techos. Las ventanas, amplias y abarrotadas, reflejaban la poca luz solar que había por esas fechas.
El coche se detuvo a unos cuantos metros de la puerta y Dante bajó de él junto con Tyler. El aroma a pasto, y el aire que golpeaba suavemente su cuerpo hacían que la piel se le erizara. Realmente extrañaba su hogar.
Caminó por el pasillo de setos que daban a la puerta principal y entró cuando esta se abrió, en cuanto dio unos pasos dentro, quitó sus zapatos y dejó que sus pies desnudos pisaran el frío suelo de madera.
—Oh, Dios mío, extrañaba tanto esta sensación —Cerró los ojos mientras movía graciosamente los dedos de sus pies.
Tyler caminó dentro, cargaba unas carpetas que se veían pesadas a simple vista. Observó la escena de Dante descalzo desde atrás de él. Rodó los ojos y siguió su camino. Se detuvo cuando estuvo a su altura, lo miró en silencio por unas fracciones de segundo y después reanudó su caminar.
—No te pongas cómodo, mandé a junta en treinta minutos —Dante rodó los ojos y observó a Tyler girar en un pasillo al costado de las escaleras imperiales que centraban la casa.
Caminó hasta la sala principal y se sentó en el sofá. Abrió sus brazos abarcando el respaldo del sillón, echó su cabeza hacia atrás y cerró los ojos.
Tyler había repetido sin parar los asuntos pendientes durante el camino de regreso a Barcelona. Necesitaba despejarse unos momentos antes de ser arrastrado a la junta que había organizado.
Su teléfono sonó, haciéndolo volver en sí. Miró la pantalla. 00003 llamaba. La aceptó y puso el teléfono en su oreja sin decir palabra.
—Llevamos siete horas de vuelo, señor —Dijeron del otro lado, y esa noticia no pareció agradarle.
—¿Apenas imbécil? Es para que estuvieras casi aterrizando —El chico al otro lado protestó y pidió para que escuchara su versión, pero Dante no cedió—. ¿Cómo estuvieron las cosas? ¿Alguna sorpresa? —Cuestionó y esperó respuesta. Cassian tragó saliva.
—No hubo nadie en el aeropuerto, pero me he encontrado a un hombre del Griego —Dante rascó su cabeza alborotando su largo cabello. Maldijo en voz baja y se incorporó en el mueble.