Madrid, España.
Veinticuatro años atrás.—¡Mamá! —Gritó el pequeño niño cuando la mujer entró en la pobre casa.
En el cuarto de una abandonada vivienda, con algunas cajas simulando una mesa, dos sillas de plástico, y en la recámara de alado, un viejo colchón en el que dormían.
La mujer tenía una bolsa de plástico en la mano derecha, mientras en la izquierda no podía sostener nada a causa de su vendaje.
—Tengo mucha hambre mamá —Susurró el pequeño mientras apretaba su pequeño estómago.
Ella le asintió consiente de ello. Se acercó hasta la caja más grande y puso la bolsa encima. De ahí sacó un plato de unicel, en donde estaban un par de tortillas con un pobre relleno de comida.
El pequeño corrió hasta ella y se abrazó a su cuerpo, dándole gracias por haber traído algo de comer. La mujer le regresó el abrazo mientras le sonreía.
Sintió su peculiar olor, a frutas, a pepino y fresa para ser exactos. Un olor suave y tenue, a limpio y fresco como lo era su mami.
Lucía joven, pero junto a eso se veía claramente que vivía en pobreza extrema. El chiquillo se acercó a lo que para él era su mesa y con velocidad comenzó a comer lo que su madre había traído.
—¿Tú no comerás mami? —Preguntó mientras regresaba a verla. Ella negó.
—No mi pequeñito, yo ya he comido antes de venir —Mintió a su pequeño hijo, quien creyó lo que decía.
Él la miraba feliz por sentir comida, caer en su aislado estómago, no era mucho, pero era suficiente para sobrepasar el día.
La ropa del niño estaba desgastada, con parches en algunos lugares, sus zapatos rotos por el uso diario. Pero limpio, del cuerpo y del corazón.
—Mami, yo puedo salir a trabajar para ayudarte —Ofreció el bondadoso corazón del niño—. Puedo lavar vidrios o ir con los vecinos a ver si quieren que limpie sus patios —Su madre negó casi enseguida.
—No, mi pequeño Dantie, tú eres un niño que debe estudiar. Con los libros que te traje, los que me dio la vecina —Él hizo una mueca de inconformidad.
—Ya acabé esos libros, ya leo casi perfectamente. Puedo trabajar mamita —Nati siguió sin ceder.
—No Dante, eres un bebé. Yo te sacaré adelante, cuésteme lo que me cueste —Al terminar de decir esto, se escuchó cómo alguien golpeaba la puerta de la casa con brutalidad.
—¡Abre la puerta maldita mujer! —Gritaron. Era la voz de un hombre, un hombre totalmente ebrio.
Natalie tomó a Dante en sus brazos y corrió con él hasta el rincón de la casa, lo abrazó contra su pecho mientras el pequeño comenzaba a sollozar.
—¿Es papá? —Preguntó en un susurro entre lágrimas—. ¿Nos va a pegar otra vez? —Volvió a preguntar con la voz quebrada.
Nati le dijo que guardara silencio con una seña, mientras Dante se abrazaba con fuerza a su madre.
El hombre seguía golpeando la puerta y maldiciendo.
Se iba por días, semanas e incluso meses a quién sabe dónde, y de la noche a la mañana regresaba ebrio, incluso drogado, simplemente a sembrar pánico en su esposa e hijo.
No sabían a donde iba, pero aseguraban que ese lugar era mejor en comparación al hoyo en el que vivían Nati y Dantie.
La puerta sonaba con más fuerza al ser golpeada, Natalie se estremecía cada vez que escuchaba el ruido, abrazaba a su hijo con fuerza tratando de consolar su llanto.
El pequeño trataba de retener su llanto temeroso. Odiaba a su padre, aunque aún no se daba cuenta de eso.
Quería que él y su mamita fueran felices, lejos de ese hombre malo que no se encargaba de ellos. Que solo los lastimaba, que ni siquiera los quería.
La vieja puerta de aluminio se abrió de tanto golpe, el hombre entró en la casa y rio con malicia cuando vio a su esposa acurrucada en un rincón con su hijo.
—Ahí estás maldito bastardo —Gritó y se acercó a ellos.
—¡No, papá! —Gritó Dante cuando fue halado de su brazo por el hombre—. ¡Por favor no me pegues papito! —Gritó de nuevo.
Fue arrancado de los brazos de su madre, haciéndola soltar un devastador grito de dolor. Se levantó y corrió detrás de él para impedir que su pequeño fuera maltratado.
—¡Suelta a mi niño! —Gritó desde lo más profundo de su pecho mientras se abalanzaba sobre la espalda del hombre.
Este se dio vuelta y la empujó para quitarla de encima de él. Estaba tan débil por no haber comido en días, le era imposible luchar contra la fuerza de Trevor.
—¡Quítate mujer! —Levantó su mano y la dejó caer con brutalidad en la mejilla de Natalie.
Tal fue el impacto del golpe y su nula fuerza, que cayó al piso mientras él se llevaba al niño al otro cuarto de la casa.
Nati escuchó al niño gritar de dolor, mientras lograba oír los azotes que le daba sin compasión alguna. Dante gritaba, rogaba para que parara, pero su padre no estaba dispuesto a hacerlo.
—Mi bebé... —Susurró Nati mientras seguía tirada en el piso.
Los golpes pararon, pero Dante continuaba en un atacado llanto. Uno profundo y doloroso, más allá de cualquier otro que pudiera partirle el alma.
Ese pobre niño, un bebé apenas, un noble y bondadoso corazón que no merecía sufrimiento alguno. Un ángel que estaba pagando por adelantado algo, aunque no sabía que era.
Trevor salió del otro cuarto, con una gran sonrisa en su rostro. Miró a la mujer, y le lanzó una escupida.
—Ahí está tu bastardo —Le dijo entre dientes antes de salir de la casa.
Juntó fuerzas de donde no las tenía para levantarse e ir con su hijo. Se apoyó en lo que pudo para caminar, y cuando logró llegar a la habitación, pudo ver a su pequeño Dantie acurrucado sobre el colchón, en shock por los golpes.
Llorando, temblando, sufriendo.
[...]
Nota: los extras son opcionales de leer, pero si quieres entender mejor la historia te recomiendo hacerlo.
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PROFANO ©
RomanceDos hombres. Dos corazones totalmente diferentes. Dos formas de pensar únicas. Y un mismo destino, uno oscuro y profano. Uno de ellos ganó un alto puesto en la cadena de liderazgo. Mientras el otro, ganó un peón al que manipular, pero... ¿Y si este...