2: este es mi robo, búscate el tuyo

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Aproveché la pequeña distracción de todos y en cuestión de segundos cambie los maletines

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Aproveché la pequeña distracción de todos y en cuestión de segundos cambie los maletines. Luego me hice el preocupado y junto a ellos intente atrapar al pequeño huracán canino.

—Vamos a dar un paseito fuera—le susurré cuando lo tuve por corto tiempo entre mis manos, al soltarlo salió disparado hacia la salida.

—¡Regresa con mi zapato!

El perro salió por las puertas de cristal que se abrieron apenas acercarse y el muchacho desesperado fue corriendo tras el, mostrando a decenas de personas el calcetín de corazones rojos y un enorme agujero en el talón de su pie.

Caras vemos, calcetines no sabemos.

El viejo decrépito, entretenido por la escena no dejaba de reír junto a sus guardaespaldas, dándole igual cuantas meadas le hubiera echado encima el animal o si su pañuelo finísimo estaba vuelto tiras, para el su único propósito era reírse de aquel desgraciado que le faltó el respeto en su propia cara y que tenía el valor de no mostrar arrepentimiento.

—¡Perrito, vuelve aquí!—si, no me sabía el nombre de mi supuesta mascota—. Iré por ellos...le llevaré su maletín.

Mi aviso pareció importarles muy poco. Así que sin esperar más tome el maletín que recién había cambiado y me dirigí con pasos apresurados fuera de allí.

En el instante que las puertas se abrieron las luces del banco se apagaron por completo y la pared de cristal que dividía la sala de espera del resto del lugar exploto en cientos de pedazos, como reacción cubrí mi rostro que ardía, y me lance al el suelo boca abajo al escuchar los impactos de bala estrellarse contra la enorme lámpara de vidrio que colgaba del techo. La multitud de personas grito desesperada y asustada.

El caos que tanto había evitado estaba sucediendo.

—¡Nadie se mueva ni un puto centímetro de donde está, o les estalló la cabeza!—amenazó una voz femenina, luego de soltar unos últimos disparos contra el techo—. Para quienes no lo sepan si, esto es un atraco y no dudaré en cumplir mi palabra si no obedecen.

Pegue la frente contra el piso y maldecí un millón de veces en mi mente a la entrometida, no podía creer que aquello me estuviera pasando. Me había arruinado el robo perfecto. Mi única salida hacia una vida normal y aburrida.

Todos obedecieron, y el silencio que ahora reinaba dentro del banco solo fue roto por el resonar de unos tacones.

Los pasos se detuvieron al pasar la ahora destruida pared de cristal, y me atreví a levantar un poco mi rostro para mirarla.

La banda del perro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora