10: cry

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Catalina

Virginia estaba acurrucada contra el pecho de Franco, con los enormes volantes de su vestido de novia abarcando todo el interior de la camioneta. Los vidrios rotos se mezclaban con los cristales que decoraban la bonita tela satinada de la falda, que ahora estaba sucia y raida, y que destellaban al toparse con las pocas luces que iluminaban la carrtera a esas horas de la madrugada.

Había dejado de llorar, y probablemente seguía dormida, y el resto de nosotros permanecimos despiertos, en un estado de alerta extraño. El revolver de Palermo en una mano mientras manejaba y mi pistola en el cinturón de mis pantalones como clara evidencia.

El único que parecía inmune a todo era Chungui, dormido plácidamente sobre mis botas. Quizás estar desde muy chiquito en todo aquel caos de disparos y matanza no le afectaba.

—¿Que haremos con ella?—la voz de Palermo rompió el silencio. Iba recto, mirando al frente, seguramente maquinando algún plan.

—Yo me haré responsable—murmuro Franco, como si temiera despertarla si hablaba muy fuerte—. No podemos dejarla sola.

—No pensaba hacerlo, no soy tan imbécil.

—Aveces un poco sí.

Por un minúsculo segundo vi sus labios curvearse.

—Debe tener un lugar a donde ir, alguien que pueda recibirla. No puede seguir por mucho tiempo con nosotros, estamos huyendo de la policía, de un montón de cazarecompensas, y posiblemente de un montón de campesinos armados con escopetas. No está segura, ninguno lo estamos, pero ella no tiene porqué estar metida en esto.

—Pueden dejarnos en la próxima estación de autobuses, me quedaré con ella.

—Bajate de esa nube ya mismo. Por la televisión tu padre ofrece cinco millones de Baz a quien te lleve frente a él...

—¿Su qué?—le corté, separando mi espalda del asiento.

Una lámpara parpadeante de la carretera ilumino el pálido rostro lleno de acné del chico.

—¿Mi padre? ¿Cómo sabes que es mi padre?

—Lo sabe todo el país. Tu madre dió una entrevista a los noticieros y dijo lo injusto que estaba siendo contigo, que aunque no tengas su apellido si llevas su sangre, y un montón de cosas más.
Ahora todo el país no solo te ve como un ladrón, sino un como bastardo vengativo. Así que te recomiendo que dejes cualquier plan idiota de lado.

—Por la inmaculada concepción, mamá, que hiciste — apretó los labios
y no lloro, por obra y gracia del espíritu Santo, al parecer no queria quedar como una nenita delante de Virgi que aparentemente dormía, pero ya yo la había visto abrir de poquito sus ojos.

Nos escuchaba, atenta a que tomaramos una decisión por ella.

—Virginia, ¿Tienes algún lugar a donde ir? —no respondió—. Se que estás despierta, anda puedes hablar, queremos ayudarte.

Abrió de a poco sus párpados hinchados de llorar y se apartó del pecho de Franco, aún se notaba conmocionada por todo.

—No tengo más familiares, mi única salvación era Freud y el... —los labios le temblaron. Cogí una de sus manos para darle apoyo—. Pueden dejarme cerca de la próxima ciudad, estaré bien.

—¿Y que harás, cariño? —pregunte con voz suave—. El mundo en la ciudad es muy distinto al del pueblo, un mundo al que no puedes enfrentarte sola.

—No quiero dar más molestias, en serio, ya han hecho mucho por mi.

—¿Mucho? Hemos hecho poco, podemos hacer muchas cosas por ayudarte.

—¿Cómo por ejemplo? —espeto Palermo, esperando una repuesta coherente de mi parte.

—Tengo una amiga en Sunflowers que quizás pueda alojarte un tiempo, también es un pueblo, pero está cerca de las montañas y es muy tranquilo, la gente es amable.

—¿Que clase de amiga? ¿De la cárcel? No dejaré que la envíes con una exconvicta.

Las cejas del chico se contrajeron en completa negación.

—Para tu información en la cárcel conocí gente increíble y muy buena, pero no, es una ex compañera de la universidad de enfermería.

—¿Y sigue siendo tu amiga luego de...ya sabes?

—Si, fue la única del curso que no me dió la espalda, aunque hace meses que no se nada de ella podríamos dirigirnos hasta allá...

Mire a Palermo en el volante, taciturno, escuchando con atención mi propuesta.

—Estariamos allá mañana temprano si no nos detenemos.

—¿Tu que opinas, Virginia? ¿Estás de acuerdo?

—Supongo que si—contesto cabizbaja, pegando su frente contra el hombro de Franco, quien no perdió oportunidad para acariciarle el cabello.

—No te preocupes, una vez lleguemos a nuestro destino estaremos al tanto de tí.

—¿A dónde irán?

Los tres nos dimos una pequeña mirada preocupada, ¿a dónde íbamos? Habíamos atravesado ya casi medio país y la odisea hasta nuestro destino aún no acababa, ¿En verdad lograriamos salir bien de todo eso? ¿Podríamos huir de una nación completa que nos montaba cacería? El camino hacia la costa de Marlucia se me estaba haciendo eterno y agonico.

—A la cárcel, lo más probable.

Quería apretarle el cuello hasta matarlo.

—Me encanta tu positivismo.

—A mi la realidad. Una vez retomemos la ruta estatal la policía podría aparecer en cualquier momento y no tenemos un buen auto, ni armas, ni dinero.

—Tengo un plan, cariño, tu solo conduce—susurre cerca de su oído, un pequeño estremecimiento lo sacudio.

—Presiento que esa amiga no es de la universidad—murmurro como respuesta, y sonreí, porque quizás había mentido un poco.

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⏰ Última actualización: Jun 21 ⏰

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