6: el payasito Plin Plin

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Un estallido ensordecedor y el vidrio de la puerta por la que acabamos de salir, explotó.

—¡Malditos delincuentes!

—¿Porque todos los dependientes tienen una puta escopeta escondida en los cojones?

—Por ratas como nosotros que entramos a robarles su dinero.

Otro disparo cerca de nuestros pies, tirando con fuerza la mano de Catalina la obligue a correr más rápido por el estacionamiento de la tienda de comestibles.

—¡Ahí viene! ¿Le meto un tiro?

—¡No!

La siguiente bala le dejo un enorme agujero a un auto cercano. Gracias a Dios y todos los Santos que tenía mala puntería.

—¡Solo para asustarlo, déjame!

—¡Que no!

Otro vidrio explotando.

—¡Déjame!

—¡Solo corre, maldita sea!

—¡Los matare y se los daré de cena a mis cerdos!

El siguiente escopetazo lo sentí silbarme en el oído.

—Le voy a meter un tiro, no me importa—de un jalón me soltó. Antes que pudiera detenerla saco su arma de la trasera del pijama de seda y le disparo en un pie a el hombre rechoncho que apareció entre dos autos.

—¡Maldita!—se quejo, cayendo en el concreto como saco de papas.

Por el amor al ibuprofeno, cada día junto a aquella mujer me iba peor.

—¡Por un demonio! ¿¡Por qué todo lo quieres resolver a los tiros?!

—¡Porque es más fácil!

—¡Lo fácil nunca es la mejor solución!

Le arrebate el arma con brusquedad.  Ignorando sus quejas y pellizcos sobre mi piel la tome de un brazo, llevadomela casi arrastras por el resto del recorrido hasta el auto.

—¡Ten un poco más de cuidado!—chilló cuando la empujé dentro del asiento trasero—. Eres un odioso.

—Y tú una bruta—le grite, cerrando la puerta con fuerza y metiéndome rápido en el puesto de copiloto—. Arranca, Franco.

—¿Me haz dicho bruta?

La mire por el espejo retrovisor, su rostro contraído de la rabia delataba su enfado.

—Si, también puedo decirte ignorante, mal hablada, imprudente, e insoportable.

—Ay señor, no de nuevo—murmuró el muchacho, emprendiendo marcha fuera del estacionamiento.

Un último escopetazo contra el auto, termino de arrancar el parachoques trasero. Estupendo.

—¡Retractate!—exigió, y se abalanzó entre los asientos—. Retira tus palabras, o te mostraré que más puedo ser aparte de una bruta.

Sus pequeñas y regordetas manos rodearon  mi cuello, empezando a apretar. Percibí sus uñas clavándose sobre la piel.

Solté un siseó.

—¿Qué más podrías ser? ¿Una cavernícola?

—¡Te odio tanto, te odio!

Agarre sus muñecas cuando apretó más fuerte, y me aguante un quejido de dolor, debía estarme sacando sangre la muy maldita.

—¡Yo te odio mucho más! —dije, con la voz estrangulada y los ojos muy abiertos—. ¡Te odio como nunca odie a nadie!

La empujé, tratando de zafarme, y sus manos tiraron de mi camiseta para arrastrarme con ella hacia la parte trasera del auto. El peso de mi cuerpo la golpeo contra el cojín, sacandole una pesada exhalación al dejarla sin aire, a la que poco después le siguió una bofetada que resonó con ganas, y una embestida de su hombro que me llevó a estamparme contra una de las puertas.

La banda del perro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora