5: la revolución de Catalina

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El sol empezaba a ponerse, pinceleando el azul claro del cielo con rosados y anaranjados, creando un espectáculo entre las nubes

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El sol empezaba a ponerse, pinceleando el azul claro del cielo con rosados y anaranjados, creando un espectáculo entre las nubes. Era un atardecer hermoso, una pena que los nervios y el estrés me impidieran disfrutarlo con gusto.

Bajé de la desgastada carretera arrastrando el parachoques trasero al que le habían dado un escopetazo, y entre al parqueadero de descanso ubicado junto a un viejo motel con letreros incandescente titilantes.

El plan de Franco se lo había llevado el caño, o puede que unos motoristas con deseos de venganza y el dependiente de una tienda armado y muy molesto. La cosa era que ahora estábamos conduciendo hacia la dirección contraria que queríamos, rumbo a alguna región agricultora y ganadera del país. Los kilómetros de sembradíos de maíz y trailers llenos de hortalizas, vacas, carneros, y demás pasando por nuestro lado durante el camino, confirmaban la ubicación.

Estábamos en medio monte.

Luego de huir por los pelos de la estación de servicio no hubo mucho que pensar, el único plan de escape que funcionaria era el mío, el original; darle la vuelta a medio país hasta llegar a la costa, donde me esperaría un barco listo para llevarme al grandísimo carajo, pero lejos de allí. Lejos de aquellos locos y desequilibrados que me tenían la vida patas arriba con solo unas horas de conocerlos.

Por desgracia, y muy lejos de mi gusto, Franco, Catalina, y Chungui irían conmigo, la idea me desagradaba pero no había de otra, al final del viaje cada uno podía irse por su lado, o separarnos cuando llegaramos a una ciudad segura. Esa sería su decisión.

—¿Dónde estamos?— preguntó al detenernos, observando el motel con sus gruesas cejas fruncidas mientras acariciaba al perro que dormitaba sobre sus piernas—. ¿Pasaremos la noche aquí?

—Si, mañana seguiremos.

Abrí la puerta, listo para por fin bajarme de ese maldito auto, y cuando mi pie tocó el concreto sentí un contacto ligero contra mi hombro. Suspire con fuerza y le di una mirada cansada.

—¿A dónde seguiremos?—inquirió, su voz tenía un tono muy suave, calmado.

Descubrí que cuando no estaba enojada o al borde la histeria, aparentaba ser un mujer amable y dulce.

Es tierna cuando no quiere matarme. Me horrorizó el pensamiento.

—A la costa.

—¿No vamos hacia el lado contrario donde queda la costa?—Franco apareció entre los asientos, con las mejillas coloradas y el cabello revuelto, unos nuevos brotes de acné nacían sobre su rostro—. Creo que necesitarás un mapa para ubicarte mejor, maldito ladrón.

La banda del perro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora