3: Este es un caso para Juan Carlos Bodoque

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—Y agradezcan que no les volé la cabeza a tiros, putos

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—Y agradezcan que no les volé la cabeza a tiros, putos.

La escuche forcejear con muchacho que le había quitado de regreso el perro, pobre animal.
Alce la cabeza para encontrarme con un par de botas rojas frente de mí.

—No te lo daré hasta que me devuelvas el maletín—le hablo con una determinación que la hizo carcajearse, burlona.

—Dámelo.

Se oyó el chasquido de la pistola al quitarle el seguro.

—¡No tiene balas!—grité al recordar y me abrace de uno de sus tobillo—. ¡Corre por los maletines, Franco!

—¡Corro por los maletines!

Con el perro apresado contra su pecho fue disparado hacia el Mercedes estacionado a unos metros. La mujer intento seguirlo, pero me aferre con más fuerza a ella, haciéndole de ancla.

—¡Sueltame!

Intento disparar, pero efectivamente, no tenía balas, y el recordarlo la hizo enojar tanto que le lanzó el arma contra los pies.
El joven secretario dio salto de lo más ridículo y le sacó la lengua, victorioso.

—¡No puedes vencerme!—se burló, y atravesó su cuerpo por una de las ventanilla traseras.

Forcejeó sin éxito, y decidió arrastrarme con ella por la gravilla.

—¡Quítate!

—¡No lo haré!

—¡Estorboso!

—¡Entrometida!

—¡Mañoso!

—¡Loc..!

Crack...

Ese crujido...¿había sido mi nariz?

Aturdido por la oleada de dolor que se extendía por mi rostro, observe la sangre manchar la manga de mi chaqueta.

Me había pateado la cara, maldita sea.

—No te luce el rojo.

—Y a ti te hace falta una depilada.

Tire los vellos largos de sus piernas, esos que quedaban al descubierto entre inicio de las botas y el final del pantalón.

—Te voy a matar—amenazo en un murmullo ahogado, y cayó de rodillas con una clara expresión de dolor mezclado con ira.

La solté, y luego de sacudir los pelos que quedaron entre mis dedos, rodee sus hombros con mis brazos.

—¿Dime que demonios comes por las mañanas para ser tan histérica? ¿Cereal traigo directamente del infierno o que?

Esquive un cabezazo que quiso darme.

—No he comido—chilló.

Eso explicaba muchas cosas.

—Ustedes dos, quietos—grito Franco, llamando nuestra atención, y agarro con ambas manos el rifle de asalto que colgaba sobre su pecho, el mismo con el que la loca causó aquel caos—. Estoy cansado de ustedes, así que no sé muevan y cierren la boca de una buena vez.

La banda del perro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora