4: ¿Tú chicha' o no chicha'?

298 58 72
                                    

Los primero veinte minutos de carretera fueron silenciosos e incómodos, a leguas se notaba que ninguno estaba conforme con la compañía y mucho menos se sentía seguro o en confianza

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Los primero veinte minutos de carretera fueron silenciosos e incómodos, a leguas se notaba que ninguno estaba conforme con la compañía y mucho menos se sentía seguro o en confianza.

Mi ojos y oídos estaban alerta con cada movimiento que significará peligro y me hiciera actuar. Sentia que, en cualquier segundo de descuido, esos dos me cortarian la cabeza. O ella, esa desquiciada tenía muchas ganas de matarme, su mano presionando la cartera sobre sus piernas me lo confirmaba.

Al parecer todos teníamos el mismo presentimiento de traición. La inquietud y tensión dentro del auto se podía cortar con un hacha.

—Pondré algo de música—les avise, sin recibir respuesta. Me gustaba el silencio y la paz, pero no de esa forma, no que me pusiera nervioso y los pelos de punta.

Necesitaría un café apenas llegaramos a la estación de servicio más cercana. Y un ibuprofeno para el dolor de cabeza. Quizás dos para doparme lo suficiente.

Encendí el viejo radio estéreo y sintonice mi emisora favorita de las mañanas.
Cuando Elenore de The Turtles empezó a sonar vi por el rabillo del ojo como la entrometida arrugaba la nariz en completo desagrado.

—¿Porque haces ese horrible gesto? ¿No te gusta la música?—ataqué, ofendido.

—¿De que siglo es esa banda? ¿De antes de la era de los dinosaurios?—chasqueo la lengua, en seguida le bajo el volumen—. Aparte de vestir como viejo, también tienes gustos anticuados.

—Son The Turtles, y su música es increíble—aparte su mano de un manotón y volví a darle volumen—. Y me visto y escucho lo que se me pegue la gana. Tus botas son feas y escandalosas, y no te lo estoy criticando.

—Uuuuh, en eso él tiene la razón—agregó Franco desde el asiento trasero.

Maraa, o como se llame, volvió a arrugar la cara, y sus mejillas coloradas delataron su nuevo enfado.

—Estas botas son mis favoritas.

—Y esa banda es mi favorita.

—Pues es tan fea y escandalosa como mis botas, así que la quitaré.

Me empujó, haciendo que por un corto instante nos saliéramos de la carretera, maniobrando el volante con rapidez logre ponernos en camino antes de estrellarnos contra algún cercado.

—¡Quieres matarnos!—reclamo el muchacho, con las manos en la cabeza por el susto. Ella lo ignoro y continúo presionando el radio a todo dar, buscando una emisora.
Golpee su mano, apartandola. El ruido estridente de un canal sin sintonizar lleno el auto, y su mirada al encontrarse con la mía denotaba un odio profundo salido desde sus entrañas.

La banda del perro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora