Capítulo I

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La brisa helada danzando en el aire cala hasta mis huesos, erizándome entera mientras observo, embelesada, un trozo de tela consumirse lentamente en el calor de la fogata.

El vaivén de las llamas anaranjadas iluminan la oscuridad del bosque y calientan un poco mi cuerpo semidesnudo.

No salgo del trance, con el corazón acelerado y el pánico naciendo justo ahí, en mi pecho, como una semilla de oscuridad que se expande incesante por cada una de mis extremidades, llegando hasta las puntas de mis dedos, cosquilleando hasta lo más profundo de mí.

Observo mi alrededor cayendo en cuenta de que hay mucha oscuridad. Los árboles, que tiempo atrás me transmitían tanta paz, ahora se ven terroríficos, danzando con la brisa fría, causando otro escalofrío en mi cuerpo.

Joder.

Los recuerdos invaden mi mente, todo lo que he vivido estos últimos meses y las cosas terribles que han pasado en el pueblo, las atrocidades, todos los asesinatos...

Todo esto.

Miro a mis pies el enorme charco carmín y en mis manos, su sangre, aún húmeda.

Un dolor punzante en mi cabeza no deja de martirizarme, ¿Cómo explicar esto? ¿Cómo explicaré que es su sangre la que resbala por mi cuerpo?

-Todo estará bien- me digo, temblando.

Veo como las llamas consumen mi ropa y la suya mientras mi mente sigue sin asimilar lo que he hecho.

Escucho las voces, ¡Esas malditas voces!, ellas me llevaron a esto, ellas causaron esto, ellas... ellas son yo, son... quien realmente soy.


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Meses antes,

Pueblo Deerfield.

POV. Annette LeBlanc


El inicio del año escolar -en un pueblo elitista conocido por derrochar dinero- es, sin duda, algo para celebrar.

Los padres de familia junto a sus hijos -mis compañeros de clase- son invitados por mi padre a una elegante cena para despedir el verano y dar comienzo a un nuevo año en el instituto Deerfield.

Miro mis labios a través del espejo, esparciendo con una pequeña brocha el brillo labial.

La idea de tener a tantas personas en mi casa no es de mi agrado, no me gusta estar rodeada de mucha gente.

El vaivén de las cortinas blancas y la brisa fría entrando por el balcón me relaja, pero el temblor en mis manos me detiene cuando quiero dejar la brocha sobre el tocador.

¡Mierda!

La alarma de mi teléfono empieza a sonar, ni un minuto más ni uno menos, justo a tiempo.

Comienzo a sentir el latir desesperado naciendo en mi pecho y rápido cruzo toda la habitación hasta llegar al armario.

Calma, Annette.

El dolor de cabeza empezando a palpitar cuando encuentro lo que busco volviendo a mi tocador.

—Annette, ma princesse —me tenso, quedando quieta en la silla frente al espejo cuando escucho el acento francés desde el otro lado de la puerta—¿Estás lista? Debemos bajar pronto, los invitados ya llegaron y están esperando por nosotros.

Los Secretos de AnnetteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora