8. Trabajando

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Narra USA.

Alcohol, marihuana, tabaco, sexo y música a muy alto volúmen. No importaba la hora ni la fecha, ese edificio siempre estaba activo.

Al igual que las últimas veces, caminé entre la multitud de gente en busca de Erick, pues él siempre me cobraba el tiempo con Méxi.
No hizo falta buscar durante tanto tiempo, pues enseguida miré que venía acercándose a mí.

Por su parte, me miró sonriente mientras levantaba su mano para saludarme.
—¡¿Qué hay hermano?! —cuestionó una vez que estuvo frente a mi.
Chocamos palmas y dimos un apretón de manos a la vez que nos abrazamos por un breve momento.
—¡¿Qué traes ahí?! —habló risueño refiriéndose a la mochila que llevaba conmigo.

—¡Oh, no es nada! —respondí sonriente— ¡Quise ponerme creativo!

Una risa nasal salió de un suspiró mío cuando ví que Erick soltó una fuerte carcajada, después, él posó su mano sobre mi hombro y me miró con una sonrisa.

—¡Está muy bien que tengas imaginación! —dijo el de ojos azules mientras terminaba de reírse—. ¡Solamente que tu cita está un poco ocupado!

Aquello me hizo cambiar de expresión, sabía a lo que se refería, Sweet estaba trabajando.

—¡Hey, hey! —continuó hablando el de cabellera negra— ¡No pongas esa cara! —me abrazó con uno de sus brazos— ¡Ya te dije que para clientes como tú, Méxi Sweet siempre estará disponible!

Erick me soltó de los hombros y me dio la espalda comenzando a caminar. No sabía qué hacer por lo que me quedé inmóvil unos segundos; observé como el encargado llevó sus dedos a la boca y chifló, llamando así, la atención de un par de guardias de seguridad.
Luego, volteó a verme con una sonrisa y movió su mano llamándome.

Suspiré profundamente y caminé entre la multitud de gente hasta alcanzarlo, fue así como él, dos guardias grandes y fornidos, al igual que yo, caminamos hasta el elevador. Solo me quedé mirando como él ojizarco presionaba el botón con el número 52 y como después de ello las puertas metálicas se cerraban frente a nosotros.

El ascensor comenzó a moverse, subiendo por el edificio, cuando Erick se me acercó con su lector de tarjetas en la mano.

—Permíteme realizar tu transacción, querido amigo —me dijo con una sonrisa.

No le respondí, pero obedecí su petición y simplemente saqué de mi cartera para darle una de mis tarjetas.
Aquél hombre cobró mi tiempo y luego me regresó la tarjeta junto con el ticket.

—Puedo esperar a que termine —le dije cuando recibí ambos objetos en mis manos.

El contrario no hizo nada más que reírse fuertemente mientras yo guardaba mis pertenencias en el bolsillo de mi pantalón.

—No, no —negó risueño y posó su mano sobre mi hombro—. Tú eres un cliente muy fiable y exclusivo —finalmente, se apartó abriendo los brazos—, mereces el mejor trato que éste lugar pueda ofrecer.
Luego me dio la espalda, pues el elevador ya nos había llevado a nuestro destino.

Aquellos dos hombres salieron del ascensor detrás de Erick, yo los seguí con cautela. Algo que me pareció extraño, fue que el elevador no cerró sus puertas ni se marchó.

Observé como Erick sacaba un juego de llaves del bolsillo de su chaqueta negra y luego elegía una para abrir la puerta.

No sabía qué hacer, así que simplemente dejé caer mi espalda en una de las paredes del pequeño pasillo de dos por dos metros.

Una vez la puerta fue abierta, fue fácil escuchar algunos gemidos masculinos al igual que cierto chapoteo provenientes de dentro.

De pronto, el encargado abrió la puerta por completo y pude ver por un instante el rostro de Sweet. Nuestras miradas se cruzaron cuando miré que estaba siendo sometido contra el sofá por un hombre del que ni siquiera me tomé el tiempo para juzgar sus facciones.

Méxi estaba sentado en el sillón, abierto de piernas con un tipo en medio de ellas y gimiendo mientras miraba hacia donde yo me encontraba.

Un escalofrío recorrió mi espalda cuando lo ví.

Apenado por los ruidos y la escena, giré el rostro hacia mí izquierda, pues ahí estaba el elevador. No quise ver lo que estaba sucediendo.

Pronto escuché como un hombre gritó enfadado y luego algunos ruidos de alboroto.

Cuando me di cuenta, los dos hombres de seguridad habían regresado, tomando al otro cliente de los brazos. Lo llevaron casi arrastrando hasta el elevador, por lo que tuve la oportunidad de mirarlo a la cara mientras pasaban frente a mí.

Se trataba de un hombre de mediana edad, tal vez unos cuarenta y cinco años. Parecía que le habían roto la nariz al sacarlo de la habitación.

De repente, sentí un leve golpe en mi hombro que me llevó a girar el rostro; fue Erick quien lo había hecho.

—Todo tuyo campeón —me dijo risueño—, ponte todo lo creativo que quieras y nos vemos después si es que rebasas la hora.

Me quedé con el rostro inexpresivo y no le respondí, solo observé como me pasaba de largo y entraba al elevador, el cual finalmente cerró sus puertas y se marchó.

Regresé la mirada hacia él interior de la habitación, ellos habían dejado la puerta abierta por lo que no me tomé la molestia de preguntar ni avisar, simplemente entré con cautela y cerré a mis espaldas.

México estaba prácticamente desnudo, vestido únicamente con algo de lencería y se mantenía cabizbajo, sentado en el sillón.
Varios suspiros pesados salían de sus labios y se veía sudado, obviamente porque estaba trabajando.

Me quedé callado sin saber qué hacer, rodé la mirada por la habitación en intento de no mirarlo sin ropa y mantener parte de su privacidad; así fue como miré que había una toalla sobre el respaldo de una silla.

Me acerqué a tomarla sin preguntar y luego me dirigí hacia el sillón donde estaba Sweet, me aseguré de mirar hacia otra parte para evitar ver sus partes íntimas pero al mismo tiempo le entregué la toalla.

Tomé la confianza de mirarlo cuando él la tomó y se levantó del sofá ya con aquella manta alrededor de su cintura.

A pesar de que me tenía enfrente suyo, no levantó la mirada, se veía muy apenado y hasta un poco nervioso.

De pronto, me ignoró y pasó al lado mío caminando rápidamente.
—Voy a tomar un baño —dijo antes de que escuchara como una puerta era cerrada con un poco de brusquedad.

Miré hacia mí alrededor sin saber qué hacer, por lo que únicamente fui hacia la silla donde estaba la toalla y me senté ahí para luego dejar mi mochila en el suelo.

La silla estaba pegada a la pared y se veía muy solitaria, por lo que supuse que estaba ahí solamente para decoración, aunque no le tomé importancia.

No me quedó nada más que esperar.

Sweet • Countryhumans • USAMEX Donde viven las historias. Descúbrelo ahora