31._ Amor

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Mary le sonrió y tomando fuerza se puso de pie siendo sostenida por él a quien le pidió la llevará a un sitio tranquilo y el único lugar tranquilo donde ellos solían hablar eran los calabozos. Sentados en una de las escalinatas que pasaban fuera de una celda, Mary le confesó a Meldon que ella sabía quién era Radagast como sabía quienes eran todos allí. También le dijo que no pudo evitar mostrarse ante él, pues albergaba la esperanza que Radagast, siendo un mago, conociera una forma de ayudarla a volver a casa.

-No es que yo... quiera irme Meldon- le dijo Mary sujetando las manos del elfo entre las suyas y viéndolo a los ojos- Es solo que si me quedo, si permanezco aquí más tiempo, mi presencia podría causar una catástrofe- añadió buscando el hombro de Meldon para descansar su cabeza, pero él la llevo a su pecho y la cobijó ahí.

Desde luego Meldon comprendía todo eso, pero no por ello le era menos doloroso. Aferrada a él Mary se durmió. Estaba demasiado cansada tanto física como mental y emocionalmente para permanecer despierta.

Mary despertó un poco tarde y  descubrió estaba acostada en esa cama que estuvo usando antes de dejar la fortaleza. Tuvo un sueño extraño en que alguien susurraba en su oído palabras que le fueron imposible de recordar, mas no le prestó atención a eso debido a que inicio el día con una idea algo preocupante. Sin refrescarse o cambiarse salió corriendo de ahí en busca de Thranduil, pero no lo encontró en el salón del trono. Le preguntó a un elfo que encontró en los pasos, pero él no sabía dónde estaba su señor. Un guardia le dijo que el rey se había retirado a sus aposentos y ella partió en su búsqueda con mucha urgencia. Intentando dar con el rey, que parecía haber querido esconderse de ella esa mañana, Mary terminó un poco perdida y acabó llegando a una cámara en la que no era prudente que ella entrara. Pero su ignorancia respecto a ello le dio la osadía para dejarse llevar por la curiosidad que le provocó, un objeto sobre la mesa pegada a la pared desde donde se descolgaba un tapete, al que ella no presto ni un poco de atención.

Despacio, como si hubiera temido despertar a alguien, Mary ingreso en ese lugar ignorando por completo la presencia de Thranduil en el costado. El rey estaba quieto ahí bebiendo una copa de vino y ocupado en sus pensamientos que se vieron interrumpidos con la presencia de esa mujer, a quien creyó fueron las joyas en la mesa lo que cautivo su atención.

Era difícil pasar por alto la belleza de las piezas de joyería que estaban expuestas sobre la mesa y todavía era más difícil ignorar el cofre con gemas blancas de luz de estrella. Mary las contemplo un momento. Le parecieron muy bellas, mas la espada al costado de esa gemas era lo que en verdad quería ver. Se quedó parada frente al arma un momento. No hizo más que observarla preguntándose si estaba bien o no sostenerla por un instante. Despacio levantó la mano y extendió su brazo para alcanzar la empuñadura. La tocó con la punta de los dedos como si le hubiera hecho una caricia y enseguida retrajo un poco la mano, retractandose de lo que pensó una osadía. Esa espada acompañó a Thorin hasta allí y se volvería a reunir con él después de su valerosa muerte en la batalla que avanzaba día tras día a esa tierra. Una expresión de tristeza se apoderó de sus ojos cuando recordó la muerte del enano y templo los horribles posibilidades para su ser amado.

-No pensé que un arma rudimentaria como una espada te fascinara tanto como para ignorar la belleza de esas gemas- le dijo una voz que reconoció de inmediato y cuya súbita declaración la hizo apartarse de la mesa un poco sorprendida.

Mary se quedó callada viendo al rey ir hacia ella que en ese momento se olvidó que lo estaba buscando. Cuando Thranduil llegó a su lado dejó la copa en la mesa para tomar la espada y  observarla orgulloso de poseerla. Después y con cuidado, asegurándose de que ella pudiera sostenerla por la empuñadura, se la ofreció. Mary abrió los ojos un poco más de lo normal ante aquella oferta y no pudo resistirse a sujetarla. Era sólida, firme, más ligera de lo que imaginó y al mismo tiempo se sentía pesada, como dueña de una fuerza invisible. La sonrisa en el rostro de la mujer nació de manera espontánea. No pudo disimular su emoción. Estaba contenta y el mechón de su cabello brillo un poco más. Eso no pasó inadvertido para el rey Thranduil que inclinó un poco la cabeza al costado al observar el efecto de la espada en la mujer.

El calabozo de los elfos.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora